5. Extraños Días
Celebración
En la cueva, triunfantes y alegres, los dos náufragos celebraban su buena
suerte, fue una decisión apresurada pero dio el resultado esperado. Estuvieron
muy a punto de ser descubiertos, más esa posibilidad estaba acabada. Los perros
rastreadores estaban muertos y los mercenarios seguramente realmente cabreados
por el fallo de su plan.
Hubiesen deseado tener algunas
bebidas para brindar por este pequeño triunfo. En el cielo relámpagos
anunciaban la tormenta que se acercaba. Se sentaron en la entrada de la cueva,
allí el saludo se lo ofreció la brisa
del mar.
-No fue más que una batalla, - suspiró el joven- ¿realmente siempre será así?, no podremos
enfrentarnos todos los días a ellos, creo que llegó el momento de salir, de
tomar medidas más drásticas, nuestro tiempo se está acabando. Ellos se volverán
más agresivos y nosotros acaso más vulnerables, esta vez pudimos ver los
perros; luego no sabremos que planearan, ni que haremos- La brisa sopló
glacialmente y el agua comenzó a caer convirtiendo todo en un caos de brisa,
lluvia, rayos y truenos.
Bajaron a la cueva, encendieron la fogata y asaron algunos cangrejos, se
arriesgaron hoy más que otros días, el olor de la comida jamás llegaría a los
mercenarios, sin poderlo evitar estaban riendo.
-¿Quieres volver a bañarte? -Preguntó
el joven.
El piloto acusó la mirada. - No lo
sé, me parece que no le caigo muy bien a tus grandes amigos de allá abajo y
bueno… el agua hoy debe estar condenadamente fría, más que fría creo que debe
estar helada.
-También lo creo, pero no me importa –reflexionó el tenista- No me importa ni frio, ni la lluvia, ni
mucho menos los condenados peces de allá abajo, prefiero morir comido por uno
de ellos a ser muerto por estos infelices mercenarios.
-Seguro que si- le dijo el
piloto.
Se paró de espalda a la fosa y dio un salto mortal hacia atrás; calló dentro del agua, afuera el mar chocaba
contra el farallón con la furia de todo su poder, la entrada de la cueva quedaba iluminada de
vez en cuando por los rayos y la lluvia caía formando cascadas dentro de la
gruta.
El piloto observaba al joven bañándose, no quería propiciar ninguna
situación, pero se quitó la ropa y se entregó también al mar. Nada le importaba
estaba lejos de cualquier persona, acá sólo interesaba subsistir y vivir.
El joven, espero que se acercara a él, quien lo hizo muy
pausadamente, lo miró a los ojos y lo
recibió con un tierno beso, el piloto se sumergió, nado un poco y salió del
agua.
Ese día había terminado con un desconcertante saldo, tres perros muertos
y un beso dado al descuido. El piloto estaba molesto consigo mismo sabía que
allá lo esperaba su novia, pero esto que estaba viviendo acá era más intenso,
esto era real y lo de allá sólo un recuerdo, estaba perdido en un isla llena de
forajidos y un hermoso joven.
La mañana llegó aún con más nubes bañando el cielo, se quedaron acostados
hasta el medio día que la lluvia cayó nuevamente de manera torrencial y se hizo
más fuerte y más fuerte, hasta querer llevarse las plantas de toda la isla. Volvieron a dar gracias
por este lugar que era tan acogedor.
Después que la lluvia cesó un poco. El joven quiso salir a revisar el
lugar, el piloto le recordó que no podía dejarse ver.
-Es aconsejable que te quedes
dentro del perímetro del arco, no quisiéramos que por un descuido nos pongas en
evidencia ante los mercenarios, se está muy bien acá, y no quisiera irme
todavía. – le advirtió el piloto.
El joven tardó mucho tiempo afuera y regresó con varios cocos, cosa que
no gustó al piloto, exponerse así era una locura. Pero aún así comieron coco y
de paso obtuvieron unos buenos embaces donde comer y beber.
La noche los halló sentados frente a la fogata. Decidieron salir e ir más
lejos, buscando la manera de poder cercar la guarida de los malhechores,
necesitaban el radio que tenían los mercenarios para pedir auxilio. Ese era el
objetivo a perseguir. Llegaron a cierta distancia, desde allí pudieron ver una
gran fogata, lo que indicaba que aún se hallaban allí, y tal vez buscando la
manera de dar con ellos.
Regresaron a la cueva un tanto desesperanzados, no sería fácil quitarle
ese radio transmisor, por lo que habían visto, uno siempre se quedaba en el
campamento, no podrían pasar sin ser
vistos, incluso si trataran de matar al custodio[1],
no era para nada seguro.
La mañana llegó con un mejor sol, aunque aún algo tímido, buscaron algo
más que comer que no fuese pescado, pero era difícil encontrar otra cosa. Un
ave en el agua les hizo preguntarse si acaso podían cazarlas y ¿a qué sabrían
las aves marinas?, seguramente a pescado.
Caminaron por la playa y tuvieron
que esconderse, más allá, en la playa estaba bañándose el jefe, buscaba algo.
No sabía que era pero lo estuvieron viendo hasta que salió con grandes pulpos.
Ellos tenían más ventaja, tenían más tiempo en la isla, la conocían toda y no
sería fácil mantenerse escondido por mucho tiempo.
En ese mismo momento, y viendo al jefe salir del agua con los pulpos,
decidieron intentar penetrar al campamento de los mercenarios, sin importarle
el desenlace. Esa noche trazarían un plan, las balas en el arma se les acaban y
necesitaban algo para poder robar el radio. Los captores también tenían que
quedarse en la isla hasta encontrarlos y luego matarlos, así que seguro estaban
igual que ellos con ganas de irse… de eso no le quedaba dudas.
Los días pasaron y los náufragos conocían un poco más del campamento,
habían trazado una vía de escapes para hacerse con la radio. Varias tormentas
torrenciales se presentaron esos días. Estaban en una isla cambiante que traía
desconciertos.
También exploraron más la cueva, cual era bastante profunda; aunque el
sol alumbraba en lo que sería acaso la primera cámara, había otras cámaras que
no se atrevían a revisar.
Por debajo del agua también se podía ver otras cámaras submarinas, por lo
menos la primera atiborrada de grandes peces; así que no era un lugar para
estar muy a gusto.
Pero aún así el joven quiso revisar la cueva submarina. Estuvo por poco
tiempo pero el suficiente como para verse rodeado de sombras que podían ser
cualquiera de peces, estaba seguro que tendría otra salida. Tendría que venir con el piloto para tener el
suficiente valor y seguir explorando.
El piloto volvió a protestar, no le agradaba los peces de allá abajo y no
había ningún motivo para bajar. Esto molestó al joven quien creía ver en la
cueva submarina un sitió para esconderse sin nunca ser encontrados.
-¡Estás loco!, la isla te está afectando.- terminó
la discusión el piloto. Notó la cara de contrariedad de joven. Maldijo y accedió.
Ya adentro vieron una cámara de aire en la parte de arriba iluminada por
algún agujero ubicado en la pared de la gruta. Hasta allá llegaron, no era muy
grande pero podían respirar. Decidieron subir, pensaban en los peces, si todos
eran inofensivos o si por el contrario podrían comérselos en cualquier momento.
Viejos Conocidos
El piloto había pintado un pequeño mapa donde explicaba cómo podían
capturar la radio. Le explicaba detalladamente al joven quien parecía no
enterarse de que iba la cosa. En un momento de la explicación se sintió
aburrido, no porque lo que le explicara no le interesara, era mucha información
para tan pocos días, pasó de vivir una vida cómoda a tener que aprender a
sobrevivir, desde cazar, hacer trampas, mantenerse oculto.
Hasta hace poco era un niño mimado, tenía hogar, comida y pensaba que era
una persona muy importante, pero lo cierto era que no era nada de eso. Estaba
en medio de la nada y sólo se tenía así
mismo. A nadie le importaba, acá había tenido que sobrevivir con pocas cosas.
Seguramente había cambiado mucho en tan pocos días.
Se tumbó frente a la fogata. El piloto detuvo también su explicación se sentó junto al joven.
-¿No crees que podamos salir de
acá?
-No lo sé, anoche soñé que lo
hacíamos, pero eso parece tan lejano, como mi vida pasada. Quisiera ver a mis
amigos, a mi familia volver a mis cosas. Pero no quiero volver a donde están
los mercenarios.
-Bueno…- trató de consolarlo el
piloto-
mantén la fe. Mi vida en ese sitio donde estaba era ya historia
terminada, iba a mudarme a una ciudad para tener otro trabajo y otra vida, pero
para ello necesitaba algo de dinero, necesitaba ahorrar para comprar una casa.
Creo que me deje llevar por esa necesidad, me obsesione, y ya ves donde vine a
parar, me gustaría volver atrás, para detenerme, creo que ninguna cosa en el
mundo valía la cárcel e involucrarte a ti en mis planes abusando de tu
confianza, perdóname. Eres una persona bastante joven.
El joven rió ante esto último.- Realmente
no soy tan joven, tengo veinticinco años de edad.
-¿Cuántos años tienes?-
preguntó nuevamente el piloto, incrédulo ante la edad del ya no tan, a sus
ojos, chico.
-Yo, veinticinco, aunque mi cara no
lo diga.- contestó el joven.
-Pensé que eras una persona de
menor edad- dijo aliviado el piloto-
pero está bien, si fueses muy
joven tendría ahora un peso de conciencia.
Se sentaron en la orilla de la cueva y metieron los pies en el agua, algo
más grande que los peces moviéndose en la fosa los puso alerta, una aleta de
tiburón cortó la superficie y luego otra y otra, sacaron los pies rápidamente
del agua, pasaron rozando la orilla y ellos miraron espantados, tiburones.
-¡Estamos realmente rodeados!-
dijo el joven, abajo los meros guasa parecían
no prestarles atención a los grandes tiburones, quizás un acuerdo tácito
de no agresión. Así mismo como llegaron se sumergieron en lo profundo de la
fosa, ellos pensaron que quizás salieron, mas no estaban seguros, habían podido
entrar a las galerías o nunca salir de allí.
El joven sintió más miedo aún, cualquiera de las sombras que sintió esa
noche que bajo pudo ser un tiburón o quién sabe qué cosa se hallaban allí
abajo. Subieron y durmieron nuevamente en la entrada de la hermosa cueva.
Ahora si estoy seguro que mañana iremos a revisar el lugar. Debemos
buscar la manera de salir de acá. Mis nervios se agotan.
A la mañana siguiente sus amigos los peces guasa nadaban en la fosa. Se
vistieron para tratar de llegar lo más cerca posible de los mercenarios.
Caminaron por el arco y dejaron la seguridad de la cueva, caminaron hasta
el risco donde se podía ver la isla. Esta estaba tranquila, la fortaleza de los
perseguidores humeaba, a esta hora seguro preparaban el desayuno, bajaron con
cuidado y llegaron lo más cercano posible, montaron en un árbol, debían
observar todo lo relativo al movimiento de los sujetos dentro de la isla.
Al medio día el jefe pasó junto a dos de sus secuaces, por debajo del
árbol en donde ellos estaban, los miraron cargados con rifles dirigirse a la
isla mayor, estaban seguros que allí los hallarían, una vez que hubieron
pasado, esperaron cierto tiempo, pudieron correr para el campamento, escondidos
en los arbustos cercanos vieron al gordo que funcionaba como cocinero en esas
artes.
Estaba cercano a la casucha del radio y nunca se movía de allí, ellos
observaron también las posibles entradas, el joven se arriesgo entró por la
ventana a la más alejada casucha, la cara de contrariedad del piloto. No había
necesidad de entrar así, estaba poniéndose en peligro.
Desde la ventana le enseño unos binoculares, a lo que el piloto dijo no
con la mano, moviendo la mano y pasándosela por el cuello, el joven volvió a
dejar los binoculares y siguió revisando. Pero no halló nada que les pudiera
servir y fue a donde el piloto se hallaba.
-Estás loco, pudieron descubrirnos, si robas cualquier objeto estarían al
pendiente de nuestras excursiones, nunca podríamos salir de acá. Fue realmente
una estupidez- Los dos se alejaron solo para darse cuenta que los
perpetradores estaban de nuevo en las cabañas solo que comiendo.
El piloto sintió aún más ira por la acción del joven. Lo que trajo cierta
disputa entre ellos. Entraron a la cueva, mañana sería el día, esperarían que
los sujetos abandonaran la casucha dejando al cocinero, luego irían al radio y pedirían
ayuda, escaparían y allí todo terminaría.
Al llegar a la cueva el joven estaba aún molesto con el piloto, no le
había gustado nada que desaprobara su maniobra. Se sentía encerrado, así que se
quito la ropa y se tiró a la fosa con espedos.
El piloto quedó estupefacto no podía creer lo que había hecho, primero lo
del campamento de mercenarios y ahora esto, no sabía que realmente quería el
joven, estaba nadando y se sumergió en las profundidades. El piloto se quitó
también la ropa y bajo, no halló el
joven en ninguna parte, pensó en la galería y se introdujo en ella.
Todo estaba muy oscuro, incluso era difícil ver las grandes sombras de
los peces a su lado, sintió al joven al lado de él, lo abrazó y lo invitó a
subir a la pequeña cámara de aire, allí
no podían verse pero sintió que salieron al espacio aireado, arriba de ellos el
techo de la caverna y debajo acaso muchos peces o tiburones no estaban seguros.
Sintió la voz del joven diciendo:
-Perdóname pero no sé quien soy estos días,- lo abrazó y buscó apoyo en las piedras. El
piloto también respondió el abrazó, no sabía que decirle, era muy inexperto y
estaba en una situación difícil de la cual se sentía responsable.
-No, perdóname tú a mí, tampoco
estoy siendo justo contigo, no halló la fórmula para salir de acá, cada día que
pasa me siento más culpable, me exasperas, me enloqueces, quisiera tenerte
totalmente bajo mi dominio, que fueras mío, estoy ciego de amor por ti ¿Dime qué quieres que haga por ti y lo haré?
Él joven no dijo nada, pero ambos sabían lo que querían y que ya no
soportaban más, el piloto así lo entendió, le quitó los espedos que traía el
joven quien no opuso resistencia.
Luego apoyándose en la roca, comenzó a besarle primero suavemente luego
aumentó la fuerza de sus besos, hasta ver al joven exhalar algunos quejidos. No
había marcha atrás, estaba embargado por la pasión de una situación extrema,
que los confundía pero que traía paz a su atormentado corazón. El joven se
enamoró del piloto desde que lo vio y hoy, hoy era el resultado de lo que su
alma anhelaba.
Realmente estaba enamorado de ese hombre con sus hoyuelos en la cara y
gran sonrisa, esa actitud taciturna lo encrespaba, era un sueño humanamente
agradable, preocupado y honesto. No era una persona fea, era por el contrario
bien parecido.
Sintió la fuerza de su pasión, y su miembro dentro de sí, sentía su
compás y cada exhalación, cada respiro, cada quejido, hasta no poder soportarlo
más, se aferró a él tan fuerte como nunca lo hizo ante nadie, estaba siendo
desgarrado por dentro; no le importaba, se entregaba con más y más fuerza.
Bajaron por la cueva, entre las sombras de los peces, quienes
nerviosamente iban de aquí para allá. Salieron a la superficie. No se dijeron
nada, se acostaron esta vez junto a la hoguera. Esa noche el piloto volvió a
poseer el joven algunas veces, necesitaba vaciar toda su pasión o estallaría.
En algún momento mirándole a la cara rojo de excitación le confesó:
-Jamás regresaras a los
mercenarios, regresaría de la muerte solo por salvarte. Eso te lo prometo.