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os camaroneros del
barco “Panamá I” navegaban a la deriva desde
hacía varias horas, habían sentido el golpe en el fondo del barco, y este dañó
los motores aminorando su fuerza, tanto que ya no podían impulsar el barco, a pesar de que su primera impresión eran
ballenas, los cuatro tripulantes del camaronero estaban nerviosos, después de
todo era cierto, algo estaba debajo de ellos, algo amenazaba con destruirlos,
todo era terror en el arrastrero camaronero, estaban simplemente a merced de ese algo debajo
de las aguas, lo habían visto antes como una sombra en las olas, avistaron y
luego no lo vieron venir hasta que sintieron el estremecer toda la estructura,
quizás salir antes del término de la veda sin avisar a nadie no fue una buena
idea, nadie sabría que murieron consumidos por eso que estaba debajo de ellos.
Su
velocidad era increíble, y su fuerza
monumental, los tripulantes con garapiñas trataban de espantar a la gran
bestia cuando pasaba al lado de ellos. Los cuatro marineros ponían su empeño en
asustar a la gran criatura, pero como luchar con algo que tendría más dos
metros de boca, y dientes que parecían machetes afilados, sus músculos muy
fuertes y cuatro aletas poderosas que movía demencialmente.
No
había suficientes armas en el bote para detener la fuerza de eso que estaba en
la aguas, vieron nuevamente su lomo
asomarse cercanos a ellos y luego arremeter a toda velocidad hasta llegar al
barco, sus apéndices se movían independientemente, el golpe que dio debajo del
bote derribó los dos palos que sostenía el mástil y que servía de apoyo a las
dos redes atadas a dichos postes, al
final de estos las dos puertas de hierro
se desprendieron y cayeron en el fondo
de mar. Los palos bajaron sobre la cabina del capitán, rompiendo el techo y haciendo
un hueco en el casco la embarcación, el agua empezó a entrar por estribor, los marineros trataban de solucionar
las cosas con la bomba de achique, pero
era inútil, pronto sucumbirían.
En
una vuelta, el monstruo formando una gran ola se acercó a ellos, el bote terminó
partido en dos, comenzó a zozobrar, se escuchó un ruido profundo mientras el
agua se metía por los lados, los marineros se pusieron los salvavidas y
quedaron flotando, el barco terminó hundiéndose en el fondo de mar, los cuatro marineros quedaron a la deriva, mientras flotaban
algo seguía allí, en el fondo del mar, vieron la gran bestia venir a buscar
entre los restos y devorarlos a uno por uno con saña, posterior el mar quedó tranquilo el “Panamá
I” partido en dos se hundía en el fondo, solo se escuchó el rugido, muy fuerte que
espantó todos los peces, luego el gran animal perderse en la profundidades de
las aguas.
El puerto en el golfo de
San Miguel, con su movimiento vertiginoso y lleno de la premura por el calor imperante se mezclaba con el olor de pescado y de hierro
enmohecido por la constante acción oxidante del agua de mar, anunciaba, con una
ensordecedora sirena, la salida de los barcos camaroneros que conformaba, sino bien, la más organizada y grandiosa
flota camaronera; la que en los corazones de los marineros de Panamá componía
el más hermoso cantico de ángeles compuestos por notas de naves corroídas por
el herrumbre, olorosas por los aparejos de pesca y llenas de aventuras en las
aguas cercanas y aún lejanas en donde
los confines parecen cercanos objetivos.
El
aceite proveniente del motor de los botes se mezclaba con el agua de mar
dándole al puerto un matiz algo iridiscente y un olor característicos de los
útiles de pesca que han pasado por largo tiempo bajo la acción del salitre. Un
muelle de hormigón se adentraba al mar y allí varios camaroneros estaban
anclados.
Poco
a poco se reunían, a lo que avanzaba la ajetreada mañana, en un único punto de
partida, los dueños de embarcaciones; serenos y atentos a los acontecimientos,
y los marineros temporales, nerviosos, ansiosos
y buscando una plaza en las embarcaciones que poco a poco, y a medida
que avanzaba la mañana eran cada vez menos y de peores condiciones. Gabelas de color amarillo tiradas por el
muelle únicos testigos de todas las embarcaciones que dejaban el puerto, alguna que otra grúa, cordeles y cuerdas.
Los
marineros habituales, personas venidas de los pueblos cercanos eran asiduos a
ciertos barcos, una vez establecido una camaradería, el tiempo de pesca se
llevaba más agradable.
Los
dueños de las embarcaciones de mal humor y curtidos por el sol, mal hablados de
“cachucha” al descuido, sus dedos gruesos por el oficio, eran hombres de mar, anudaban
los últimos toque de sus embarcaciones.
La
pesca del camarón, en el viejo puerto, había mermado paulatinamente en los
últimos años, por la sobreexplotación del producto, llegando a niveles
alarmantes, de los ocho barcos que comenzaron en los años 50, el número había
aumentado a más de 280 barcos, convirtiéndose en el mayor esfuerzo pesquero de
la actualidad, y es que la disminución
del camarón blanco se observaba a pocos años de comenzarse esa actividad, así
que la plaza de trabajo constituía una difícil empresa, eran los mejores capitanes quienes buscaban a
los mejores marineros, eran los mejores marineros quienes escogían las mejores
embarcaciones, y era el mar quien, al final de cuenta y sobre todas las cosas
planeada de antemano, decidía la mejor
pesca.
Cada
año la lucha por encontrar plazas era cada vez más difícil, en el populoso
puerto panameño, las políticas nacionales habían disminuido en gran medida el
poder dedicarse a este oficio. Los dueños y marineros conscientes de ello
negociaban los más equitativos términos,
algunos bastantes injustos, pero que al fin al cabo era la dinámica del puerto
que se extendía por gran parte de la bahía.
A
media mañana, con la resaca de la embriaguez
del día anterior, Martín Morales, dueño de una pequeña embarcación
camaronera que poco ayudaba a la cantidad de proyectos que en su cabeza bullían,
maldecía el quedarse dormido por la resaca, no podía creer que el único día que
debía estar sobrio y atento a cualquier eventualidad, no lo hubiese hecho.
Caminaba y miraba de reojos lo nada que estaba a su lado. De gorra, una barba dura
amarillenta por el sol y franelilla, se lamentaba, seguramente perdió sus
habituales marineros, muchas veces dijo a todos, que no regresaría a pescar el
camarón y ahora eso le había traídos problemas. Maldijo por esa gran bocota y
la vida que lo había llevado a un trabajo que no le permitía llevar una vida
normal como le hubiese gustado.
Arrancado
de su pequeño taller, nunca había podido adaptarse muy bien a la vida en el
mar, era cierto que era un buen capitán, acomedido y justo, que a su lado los
marineros habían obtenidos pingues beneficios; pero la realidad era que no
estaba en su corazón, la pesca nunca fue parte de sus proyectos, ni el mar un
sitio en el cual quería morir; mas sentía que tenía un compromiso con su
fallecido padre. Maldijo nuevamente, estaba encadenado a este oficio. Se
esforzaba por demostrar cordialidad con todos pero eso era inútil, reía de sus
bromas, incluso había aprendido a ser
jocoso, pero este esfuerzo lo cansaba, no era pescador de corazón, era solo un
hombre arrancado de su entorno y lanzando a la violencia del mar con una cuerda
de hombres aguerridos por la vida de los
puertos y quienes lo veían como un inútil sin importar todo lo bien que lo
hiciera.
Los
demás marineros se habían ido ya, sus esposas se había marchado, los barcos
habían salido una vez que se levantó la veda del camarón. Los trabajadores
temporales habían escogidos los mejores botes y otros no tanto. Y ahora él
estaba solo, solo sin nadie que pudiera hacerle compañía, varias semanas debía
ausentarse del sitio y pasar en compañía de
un grupo de personas en la cuales
no tendría confianza, esto no podía ser nada bueno. Detestaba la
situación, su adolorida cabeza buscaba alguien que pudiese servir de marinero,
no le era posible pensar, cuatro tenían que ser, los escogidos. Mas a su lado
solo caras largas y amargadas.
Busco
en el puerto a su enemigo, el “Panamá I”
y no lo encontró, pensó en ese sucio viejo marinero que seguro salió antes de que terminara la veda, y
ahorita tendría mucha ventaja sobre ellos, llevándose los mejores sitios y más
si no se reunían los chicos acostumbrados, este año perdería su invito primer
lugar en pesca. Se imaginaba sin marineros y las consecuencias nefastas que
supondría para él. Una verdadera tortura de días interminables en la pesca del
camarón.
Fue hasta su bote atracado en el puerto. Cual
había preparado el día anterior,
subiendo a bordo todas las
provisiones para los días que iba a pasar en el mar; así como el hielo para el
manejo de las capturas; combustible para el motor, en fin, todo lo relativo al
avituallamiento, mirando su trabajo se sentía molesto consigo mismo. Tanto había
trabajado y hoy tenía nada. Lanzabas los materiales con furia al barco.
Mientras
caminaba se acordaba vagamente de la noche anterior, -estúpida noche- se dijo, estuvo peor que otras, algo en su cabeza
se agitaba y quería alejarlo de su trabajo. No entendía que cosa estaba pasando
consigo y eso era que sin poder siquiera
evitarlo un foráneo hombre que deambulaba por los locales del puerto había
llamado su atención de manera especial, estaba en el bar de “Poncho”, allí
mismo donde acostumbraba a tomar y eso
lo había trastocado. Ni siquiera había hablado con él. Solo eso, le había
gustado, un chico bien de la ciudad.
Arreglaba
las redes y movía la cabeza de lado a lado y se dijo así mismo, -eso ya pasó, es una puerta que no debo abrir
y todo seguirá igual, mi homosexualidad dormirá eternamente, hasta ahora todo
bien y seguirá así-. Tenía un plan de vida trazado, en donde podría dejar
su sexualidad aparte de su vida, pero año a año este plan se hacía cada vez más
difícil. No podía caer en el error de crear una historia que le consumiría
noches enteras y que no lo llevaría a nada.
Nunca había tenido el valor de llegar más allá que una mirada furtiva,
como el atisbo de anoche; pero nunca había podido concretar nada. Y esta pasión
le consumía por dentro. Así que nuevamente movió la cabeza de lado a lado, era
un hombre tímido.
Debía
alejar el recuerdo del sujeto, que tendría acaso su edad y juró en algún
momento de la noche que sus ojos brillaban como faroles candentes, como lo
sería su alma, sin poder evitarlo y sin conocer ese sentimiento que calentaba
su pecho. Sudores se apoderaron de su cuerpo, tuvo que sentarse y dejar de
pensar en eso. La bebida, el trasnocho y el sol del mediodía hacían estragos en
su cuerpo. Estaba furioso y no podía pensar, algunos viejos marinos llegaban
hasta él preguntando que le había sucedido, por qué aún estaba allí, pero le
decía que esperaba sus marineros de siempre. Le irritaba decirse a sí mismo que
se quedó dormido llevado por una fiebre de pasión momentánea.
Debía
concentrarse en lo que era ahora importante,
encontrar alguien que lo acompañara en esa faena, nuevamente pensó que
su marinero de confianza, el viejo Lucas, ese fanfarrón y bromista hombre, que
las primeras jornadas le había conducido por el éxito; seguro estuvo
esperándolo y decidió tomar otro bote. Maldijo reiteradamente. Sabía que el
viejo Lucas esperaba desde hace mucho que él nunca más regresara, aunque ambos
lo pasaban bien juntos, nunca tuvo confianza en el para ocuparse de las cosas
del mar, sabía que le faltaba eso que unía a los marineros. Lo veía más casado
con hijos y con empleo de quince y último y no en las labores del mar. -El viejo Lucas -, pensó de nuevo, con su
manera de ser eléctrica, lo conoció junto a su padre y desde pequeño había sido
su amigo, y lo había cuidado enseñándole todas las cosas que el mar guardaba
para él.
Tiraba
los aparejos contra la cubierta del bote, debía conservar la calma, pero no
hallaba eso por ninguna parte, las redes, las cuerdas, las cestas de pesca. El
hielo con guardería, el camarón.
En
uno de los pilones del muelle que sobresalían del mar se sentó a esperar
algunos marineros rezagados, sin poder
evitarlo nuevamente su mente divagaba por la noche anterior y el extraño sujeto
que tenía aire de estudiado y que nunca había visto por ahí. Tenía una muy
bonita sonrisa y un hermoso cuerpo, era sin duda un hombre de ciudad, cuidado y
de ademanes muy finos, cosa que nunca pudo aprender, se lamentaba de su poco
conocimiento de la cultura de la ciudad.
Tenía un corte de pelo a la perfección y de
color castaño, a pesar de ser de rostro suave poseía facciones bastante
maduras; era bien parecido, de eso no había duda, tanto que entre marineros
borrachos y tomadores bulliciosos llamó su atención. Estaba allí sin más, vestido de chaqueta de
cuero y lentes adaptados. Pero como se atrevía a pensar en un chico como ese,
era de otra clase y seguro quería otras cosas y él dueño de una mediocre
embarcación ¿qué podría darle?, era pobre,
inculto y de aspecto vulgar, así sentía. Tomó una sudadera y se la puso.
Recordó
que en alguna hora de la noche quiso
llegar hasta él pero no lo pudo hacer. Sintió vergüenza nuevamente, siempre le sucedía así, con el alcohol sentía
el valor; sin embargo al amanecer esta misma ola de vergüenza lo obligaba a
retroceder todo lo avanzado. Era como si le faltara el valor de concretar algo
que hasta ahora estaba dispuesto a vivir. No era posible que a su edad aún no
hubiese probado las mieles del amor entre iguales, si lo había hecho con
chicas, pero quedó totalmente decepcionado, era más bien una especie de teatro.
Su padre hizo un buen trabajo, reprimiendo y sembrado en él la semilla
homofóbica, de odio contra condición homosexual, tanto que sentía una vergüenza
terrible de ser quien era.
El
sol empezó a golpearlo fuerte, y el sueño de la frustración se apoderó de sí, pero aun así siguió pensando
en el extraño hombre que robó sus sueños.
Estaba divagando en su mente, lo único cierto era que tenía una
imaginación bastante prolija y pasaba
muchas horas pensando en ello. No debía pensar más en eso. – La pesca del camarón blanco- se recordó.
El
viento cambio de dirección súbitamente, un suave olor se coló con el aroma de
mar, las gaviotas, pelicanos y cormoranes, se sintieron inquietas, algo pasaba.
Su corazón comenzó a latir rápidamente. Un rayo de luz pegó en su cara.
Igual,
sentado como él; solo que en los pilones
que estaban al final de muelle, un individuo lo miraba fijamente, en su hombro
una mochila, vestía suéter marrón y pescadores blancos, lentes de lectura y una
sonrisa que le pareció conocida.
Quedó
totalmente fuera de sí, no era posible que el motivo de su preocupación y su
desconcierto se encontrara viéndolo como si nada. Volteó la mirada hacia otro
punto, no podía tenerla fija por mucho tiempo. Era él, no había duda, Martín se levantó y se entretuvo acomodando las
redes de la embarcación. No debía pensar, estaba fuera de sí, poco a poco fue
recobrando la compostura.
Pero
hacia un repaso de su aspecto mentalmente, borracho, barbudo, descalzo con ropa
de mar toda roída y curtida, el color de su cara fue subiendo hasta ya no
dejarlo trabajar, por primera vez se avergonzó de sí mismo y las condiciones
que estaba en la vida… una lagrima corrió por su cara, la apartó con rabia y
siguió en su faena.
Una voz cercana a él, turbó nuevamente su
concentración. Él sujeto le hablaba a él. El Capitán no quiso interrumpir su
trabajo, pero no podría seguir haciendo nada, luchaba internamente por
superarse a sí mismo, más todo su cuerpo se rebelaba y perdía la batalla, su
naturaleza llamaba a su cuerpo.
-Quisiera – le
dijo el sujeto desde el muelle- ir hasta
la isla de Queen Mary, y…- se detuvo en este punto y miró a ambos lados- no encuentro un pasaje en este estúpido
puerto, me han dicho que ustedes pescan cercano a ese lugar, me gustaría, si es
posible, pagarle y que me
trasladase allá, es imperioso para mí
llegar a esa isla, asuntos personales me llaman, sé que es una locura pero
resulta para mi importante, no interesa cuanto tenga que pagar para llegar
allí...- al ver la cara reticente del capitán, quiso suavizar un poco a
idea.-
la verdad es que no se desviaran mucho de su destino; acaso unas cuantas
millas, pero nada más, le pagaré un buen dinero que pudiese valer para comprar
combustible o lo que necesiten.
Él
sonrió por lo irónico de la situación, no necesitaba una distracción que lo mantuviera al borde
de la locura en todo el trayecto, necesitaba marineros, hombres fornidos y de
poco atractivo que supieran de la pesca. Quiso hablar pero sin poder evitarlo
su voz se entrecortó, las palabras no fluían con la velocidad que esperaba, el
joven lo anulaba con su hablar citadino, estaba tartamudeando, pero aun así pudo
expresar:
-E, e, eso es imposible, pa-pasaríamos casi
un me-mes en llegar allá, cualquier otro transporte te llevaría en menos
tiempo, además sólo tenemos pocos puesto y yo necesito marineros, no un joven venido
de la ciudad que sería una molesta todo el trayecto. Así que váyase a la mierda–
expresó esto último con cierto aire de cansancio y vergüenza al contrastar su lenguaje con el joven.
-Tengo treinta…
-respiró profundo- y el tiempo no me
interesa, no hayo otra solución, yo nunca he sido marinero, pero si le interesa
puedo yo servirle, lo que me pagaría acaso seria el viaje allá. Puedo serle de
mucha ayuda. –quería romper la barrera comunicacional con el testarudo
marinero, pero hasta ahora la conversación iba cuesta arriba y se ponía peor.
Sacó de su bolsillo gran cantidad de dinero.
-No me hagas perder el tiempo, -dijo
obstinado, el capitán, quien no podía hacer entender al sujeto lo que trataba
de decirle-, no quiero seguir hablando
con usted. Conmigo no iras a ningún sitio, así que lo mejor que puedes hacer es
dejarme tranquilo, busca alguien más que te lleve a esas Islas, no veo que
puedes buscar en tan remoto lugar, pero conmigo no será, te repito.
El
sujeto se veía perdido, allí estaba su única posibilidad de llegar a las Islas,
así que no se dejaría vencer tan fácilmente, tenía que convencer al testarudo
capitán, a quien recordaba haber visto la noche anterior en el bar.
-Ayúdeme, por favor, no tengo más recurso que usted, todos los
barcos salieron, he intentado con muchos pero no quisieron, usted es mi única
alternativa, a todos pregunté y se negaron- trató de
implorar sujeto con ojos muy entristecidos.
-Lo siento… y ahora déjame en paz.- fue
lo único que dijo antes de ponerse a reacomodar las redes. Después de un tiempo lo escuchó marchar. Internamente el
capitán dio un respiro. Había sido
fuerte, una vez había ganado la batalla interna por llevarse a la cama a
cualquier hombre, y esta fue casi que una prueba de fuego.
No
podía creer que lo había pasado, el motivo de los ensueños de esta mañana
pretendía que lo llevara a pescar consigo, estaba realmente loco. Se sentó, la
resaca lo dejaba fuera de combate. Quedó así tumbado cerca a la red y allí se
durmió. Quizás algo en su interior se aceleró. Necesitaba dormir.
Iba a anochecer cuando lo despertó el viejo
Lucas, le dio con la punta del zapato y lo llamaba, se sonreía mientras veía
parar a su capitán. Acomodó sus redondas gafas igual que su mochila y subió al bote. Dejó su mochila, con
una sonrisa en su cara, sabía que no podía desistir. El mar te enamora y una vez que lo amas su amor será eterno. Acaricio
su barba, respiro el mar y abrió los brazos. Se sintió feliz.
Para
el Capitán era agradable ver una cara conocida.
Sus marineros habituales habían esperado su salida. Atrás quedaba la
posibilidad de embarcar personas que no conocía. Era un golpe de suerte en esta
mañana tan irreal. –Islas Queen Mary,
debe estar loco. Nunca me desviaría allí.
El
viejo marinero de nombre Lucas Victoriano, le preguntó que había dicho, él dijo
simplemente- nada, estuve ebrio y me
quedé dormido.
-Pensé que no vendrías esta
temporada- exclamó Lucas, mostrando sus dientes y alzando sus
cejas, en una expresión bástate característica e él. - Ninguno de los chicos querían irse en
otras embarcaciones, estamos acostumbrados al viejo “Serpiente Marina” que
otro, otro nos aburría a matar, así que arriesgándome a que no quisieras
echarte a la mar en esta temporada te esperé.
Y ya teníamos pensado traerte en peso. Así tuviéramos que mendigar para
comprar el maldito combustible. Pero estaríamos mañana en el Serpiente Marina.
Otras
veces había trabajado con el Martin y sabía que ese sería un viaje bastante bueno. Le gustaba la
forma de ser del capitán y no estaba para recibir órdenes de quienes no
entendía nada del mar, el hijo del antiguo Capitán, su amigo, lo dejaba a sus anchas y eso era para él una
ventaja debido a que sabía que debía hacerse en alta mar, años de pesca le
había granjeado ese honor y bueno él sabía aprovecharlo obteniendo una mejor
pesca, el camarón blanco este año también tendría un enemigo mortal en el viejo
barco Serpiente Marina.
El
Capitán le sugirió buscar otros tres marineros, el cocinero, que ya sabía quién
seria, y otro que le ayudara a llevar
las pesadas redes y agregar la pesca en maras, recipientes tejidos, en donde
separaban el pescado. Alguien que también fuera de su confianza, pero esto era
un decir, ambos sabían quiénes eran los escogidos. No quería perder la poca
paciencia que le quedaba, con inexpertos marineros que representaban más un
atraso que una verdadera ayuda. Marineros que a los pocos días querían
regresarse. Necesitaba hombres de pesca.
-Busca a los muchachos de la banda, pronto
zarparemos-dijo con nuevas esperanzas.
El
viejo Lucas, sonriéndose por estar nuevamente en el trabajo, y en la aventura
de encontrarse a punto de salir por varias semanas a un lugar apartado de la
agobiante Panamá. Dejó sus cosas y luego, sin perder tiempo, salió a buscar los
cuatro marineros que faltaban, esperaba que igual que él, ellos hubiesen
esperado a que el capitán se echara de nuevo a la mar.
El
viejo Lucas se sintió contento, caminaba veloz por el puerto, en uno de los
bares, los cuatro marineros lo esperaban mochila en mano, ya habían perdido un
poco las esperanza de que el Capitán los mandaran a buscar, al igual que Lucas no
conocían otro barco más que la vieja
Serpiente Marina, que aunque maltrecha aún le quedaba aventuras por vivir. En
ese barco habían trabajado los mejores años de su vida, al lado del padre del
actual capitán, un excelente sujeto que amaban como si fuera su mismo padre y que al morir en la mar dejó a su hijo,
un dueño de una venta de repuestos marinos, la conducción de su bote, y aunque
era innegable que a su hijo no le llamaba la atención la vida en el mar, era él
quien debía ocupar su puesto y lo hacía muy bien.
El
capitán Martín tenía un carácter tranquilo, hasta la lasitud, y no el despótico de su padre, pero una
sagacidad y tino para dirigir la embarcación a sitios de pesca excelentes.
Trataba a todo el mudo con mucha educación y era correcto en todo, tanto que
parecía él otro marinero más.
Era
este carácter tranquilo y sombrío el que desde siempre inquietó a la
tripulación. Se hablaba ciertas cosas de
las cuales ellos no se hacían eco. Pero pesaban en ellos. Varias veces tuvieron
que enfrentarse en los bares a personas que decían cual y tal cosa. Ellos le
defendían en todo momento, pero a esta edad poco podían hacer, su desapego a
las mujeres era demasiado difícil de ocultar, en todo el tiempo que habían
estado con él solo una vez habían visto al capitán conversar con una chica que
le interesaba. Esto los inquietaba, no era persona mal parecida, al contrario tenía ese algo que
gusta a las personas. Pero simplemente, son cosas de la que no se hablan en la
vieja Serpiente Marina…el viejo capitán era un mujeriego empedernido y sencillamente,
pensaba que su retoño no sería menos, solo debía darle tiempo para que la vena
con las mujeres apareciera.
Los
cuatro marineros y el hijo del capitán. Encendieron el motor y partieron hacia
lo desconocido. La pesca comenzaba. La Vieja Serpiente Marina nuevamente se
iba al mar, los marineros alegres, las
gaviotas daban el último adiós y el mar se abría esplendido, invitando a
quienes quieran a conocer sus secretos, la pesca seria único mundo en las
próximas semanas.
La
brisa marina dejaba el puerto en la lejanía, allí estarían luchando con el mar,
cada uno con su impermeable sentía la nostalgia de dejar el puerto que los vio
nacer. El capitán dejaba algo más que lo habitual, renunció a algo que a pesar
del poco tiempo, dejó un vacío en su corazón, el amor tiene a veces la rapidez del rayo, la incertidumbre
de lo nunca vivido y lo irreal de lo nunca expresado, todo esto quedó atrás en
el chico de mirada triste y gafas, sentado quizás en los pilotes del muelle.