Camaroneros




L
os camaroneros del barco “Panamá I” navegaban a la deriva  desde hacía varias horas, habían sentido el golpe en el fondo del barco, y este dañó los motores aminorando su fuerza, tanto que ya no podían impulsar el barco,  a pesar de que su primera impresión eran ballenas, los cuatro tripulantes del camaronero estaban nerviosos, después de todo era cierto, algo estaba debajo de ellos, algo amenazaba con destruirlos, todo era terror en el arrastrero camaronero,  estaban simplemente a merced de ese algo debajo de las aguas, lo habían visto antes como una sombra en las olas, avistaron y luego no lo vieron venir hasta que sintieron el estremecer toda la estructura, quizás salir antes del término de la veda sin avisar a nadie no fue una buena idea, nadie sabría que murieron consumidos por eso que estaba debajo de ellos.

Su velocidad era increíble, y su fuerza  monumental, los tripulantes con garapiñas trataban de espantar a la gran bestia cuando pasaba al lado de ellos. Los cuatro marineros ponían su empeño en asustar a la gran criatura, pero como luchar con algo que tendría más dos metros de boca, y dientes que parecían machetes afilados, sus músculos muy fuertes y cuatro aletas poderosas que movía demencialmente.

No había suficientes armas en el bote para detener la fuerza de eso que estaba en la aguas, vieron nuevamente  su lomo asomarse cercanos a ellos y luego arremeter a toda velocidad hasta llegar al barco, sus apéndices se movían independientemente, el golpe que dio debajo del bote derribó los dos palos que sostenía el mástil y que servía de apoyo a las dos redes atadas a dichos postes,  al final de estos  las dos puertas de hierro  se desprendieron y cayeron en el fondo de mar. Los palos bajaron sobre la cabina del capitán, rompiendo el techo y haciendo un hueco en el casco la embarcación, el agua empezó a entrar  por estribor, los marineros trataban de solucionar las cosas  con la bomba de achique, pero era inútil, pronto sucumbirían.

En una vuelta, el monstruo formando una  gran ola se acercó a ellos, el bote terminó partido en dos, comenzó a zozobrar, se escuchó un ruido profundo mientras el agua se metía por los lados, los marineros se pusieron los salvavidas y quedaron flotando, el barco terminó hundiéndose en el fondo de mar, los cuatro  marineros quedaron a la deriva, mientras flotaban algo seguía allí, en el fondo del mar, vieron la gran bestia venir a buscar entre los restos y devorarlos a uno por uno con saña,  posterior el mar quedó tranquilo el “Panamá I” partido en dos se hundía en el fondo, solo se escuchó el rugido, muy fuerte que espantó todos los peces, luego el gran animal perderse en la profundidades de las aguas. 



El puerto en el golfo de San Miguel, con su movimiento vertiginoso y lleno de la premura  por el calor imperante  se mezclaba con el olor de pescado y de hierro enmohecido por la constante acción oxidante del agua de mar, anunciaba, con una ensordecedora sirena, la salida de los barcos camaroneros que conformaba,  sino bien, la más organizada y grandiosa flota camaronera; la que en los corazones de los marineros de Panamá componía el más hermoso cantico de ángeles compuestos por notas de naves corroídas por el herrumbre, olorosas por los aparejos de pesca y llenas de aventuras en las aguas cercanas y  aún lejanas en donde los confines parecen cercanos objetivos.  

El aceite proveniente del motor de los botes se mezclaba con el agua de mar dándole al puerto un matiz algo iridiscente y un olor característicos de los útiles de pesca que han pasado por largo tiempo bajo la acción del salitre. Un muelle de hormigón se adentraba al mar y allí varios camaroneros estaban anclados.

Poco a poco se reunían, a lo que avanzaba la ajetreada mañana, en un único punto de partida, los dueños de embarcaciones; serenos y atentos a los acontecimientos, y los marineros temporales, nerviosos, ansiosos  y buscando una plaza en las embarcaciones que poco a poco, y a medida que avanzaba la mañana eran cada vez menos y de peores condiciones.  Gabelas de color amarillo tiradas por el muelle únicos testigos de todas las embarcaciones que dejaban el puerto,  alguna que otra grúa, cordeles y cuerdas.

Los marineros habituales, personas venidas de los pueblos cercanos eran asiduos a ciertos barcos, una vez establecido una camaradería, el tiempo de pesca se llevaba más agradable.

Los dueños de las embarcaciones de mal humor y curtidos por el sol, mal hablados de “cachucha” al descuido, sus dedos gruesos por el oficio, eran hombres de mar, anudaban los últimos toque de sus embarcaciones.

La pesca del camarón, en el viejo puerto, había mermado paulatinamente en los últimos años, por la sobreexplotación del producto, llegando a niveles alarmantes, de los ocho barcos que comenzaron en los años 50, el número había aumentado a más de 280 barcos, convirtiéndose en el mayor esfuerzo pesquero de la actualidad,  y es que la disminución del camarón blanco se observaba a pocos años de comenzarse esa actividad, así que la plaza de trabajo constituía una difícil empresa,  eran los mejores capitanes quienes buscaban a los mejores marineros, eran los mejores marineros quienes escogían las mejores embarcaciones, y era el mar quien, al final de cuenta y sobre todas las cosas planeada de antemano,  decidía la mejor pesca.
Cada año la lucha por encontrar plazas era cada vez más difícil, en el populoso puerto panameño, las políticas nacionales habían disminuido en gran medida el poder dedicarse a este oficio. Los dueños y marineros conscientes de ello negociaban  los más equitativos términos, algunos bastantes injustos, pero que al fin al cabo era la dinámica del puerto que se extendía por gran parte de la bahía.


A media mañana, con la resaca de la embriaguez  del día anterior, Martín Morales, dueño de una pequeña embarcación camaronera que poco ayudaba a la cantidad de proyectos que en su cabeza bullían, maldecía el quedarse dormido por la resaca, no podía creer que el único día que debía estar sobrio y atento a cualquier eventualidad, no lo hubiese hecho. Caminaba y miraba de reojos lo nada que estaba a su lado. De gorra, una barba dura amarillenta por el sol y franelilla, se lamentaba, seguramente perdió sus habituales marineros, muchas veces dijo a todos, que no regresaría a pescar el camarón y ahora eso le había traídos problemas. Maldijo por esa gran bocota y la vida que lo había llevado a un trabajo que no le permitía llevar una vida normal como le hubiese gustado.

Arrancado de su pequeño taller, nunca había podido adaptarse muy bien a la vida en el mar, era cierto que era un buen capitán, acomedido y justo, que a su lado los marineros habían obtenidos pingues beneficios; pero la realidad era que no estaba en su corazón, la pesca nunca fue parte de sus proyectos, ni el mar un sitio en el cual quería morir; mas sentía que tenía un compromiso con su fallecido padre. Maldijo nuevamente, estaba encadenado a este oficio. Se esforzaba por demostrar cordialidad con todos pero eso era inútil, reía de sus bromas, incluso había aprendido  a ser jocoso, pero este esfuerzo lo cansaba, no era pescador de corazón, era solo un hombre arrancado de su entorno y lanzando a la violencia del mar con una cuerda de hombres aguerridos por la vida  de los puertos y quienes lo veían como un inútil sin importar todo lo bien que lo hiciera.

Los demás marineros se habían ido ya, sus esposas se había marchado, los barcos habían salido una vez que se levantó la veda del camarón. Los trabajadores temporales habían escogidos los mejores botes y otros no tanto. Y ahora él estaba solo, solo sin nadie que pudiera hacerle compañía, varias semanas debía ausentarse del sitio y pasar en compañía de  un grupo de personas en la cuales  no tendría confianza, esto no podía ser nada bueno. Detestaba la situación, su adolorida cabeza buscaba alguien que pudiese servir de marinero, no le era posible pensar, cuatro tenían que ser, los escogidos. Mas a su lado solo caras largas y amargadas.

Busco en el puerto a su enemigo, el “Panamá I”  y no lo encontró, pensó en ese sucio viejo marinero que  seguro salió antes de que terminara la veda, y ahorita tendría mucha ventaja sobre ellos, llevándose los mejores sitios y más si no se reunían los chicos acostumbrados, este año perdería su invito primer lugar en pesca. Se imaginaba sin marineros y las consecuencias nefastas que supondría para él. Una verdadera tortura de días interminables en la pesca del camarón.

 Fue hasta su bote atracado en el puerto. Cual había preparado el día anterior,  subiendo  a bordo todas las provisiones para los días que iba a pasar en el mar; así como el hielo para el manejo de las capturas; combustible para el motor, en fin, todo lo relativo al avituallamiento, mirando su trabajo se sentía molesto consigo mismo. Tanto había trabajado y hoy tenía nada. Lanzabas los materiales con furia al barco.

Mientras caminaba se acordaba vagamente de la noche anterior, -estúpida noche- se dijo, estuvo peor que otras, algo en su cabeza se agitaba y quería alejarlo de su trabajo. No entendía que cosa estaba pasando consigo y eso era  que sin poder siquiera evitarlo un foráneo hombre que deambulaba por los locales del puerto había llamado su atención de manera especial, estaba en el bar de “Poncho”, allí mismo donde  acostumbraba a tomar y eso lo había trastocado. Ni siquiera había hablado con él. Solo eso, le había gustado, un chico bien de la ciudad.

Arreglaba las redes y movía la cabeza de lado a lado y se dijo así mismo, -eso ya pasó, es una puerta que no debo abrir y todo seguirá igual, mi homosexualidad dormirá eternamente, hasta ahora todo bien y seguirá así-. Tenía un plan de vida trazado, en donde podría dejar su sexualidad aparte de su vida, pero año a año este plan se hacía cada vez más difícil. No podía caer en el error de crear una historia que le consumiría noches enteras y que no lo llevaría a nada.  Nunca había tenido el valor de llegar más allá que una mirada furtiva, como el atisbo de anoche; pero nunca había podido concretar nada. Y esta pasión le consumía por dentro. Así que nuevamente movió la cabeza de lado a lado, era un hombre tímido.

Debía alejar el recuerdo del sujeto, que tendría acaso su edad y juró en algún momento de la noche que sus ojos brillaban como faroles candentes, como lo sería su alma, sin poder evitarlo y sin conocer ese sentimiento que calentaba su pecho. Sudores se apoderaron de su cuerpo, tuvo que sentarse y dejar de pensar en eso. La bebida, el trasnocho y el sol del mediodía hacían estragos en su cuerpo. Estaba furioso y no podía pensar, algunos viejos marinos llegaban hasta él preguntando que le había sucedido, por qué aún estaba allí, pero le decía que esperaba sus marineros de siempre. Le irritaba decirse a sí mismo que se quedó dormido llevado por una fiebre de pasión momentánea.

Debía concentrarse en lo que era ahora importante,  encontrar alguien que lo acompañara en esa faena, nuevamente pensó que su marinero de confianza, el viejo Lucas, ese fanfarrón y bromista hombre, que las primeras jornadas le había conducido por el éxito; seguro estuvo esperándolo y decidió tomar otro bote. Maldijo reiteradamente. Sabía que el viejo Lucas esperaba desde hace mucho que él nunca más regresara, aunque ambos lo pasaban bien juntos, nunca tuvo confianza en el para ocuparse de las cosas del mar, sabía que le faltaba eso que unía a los marineros. Lo veía más casado con hijos y con empleo de quince y último y no en las labores del mar. -El viejo Lucas -, pensó de nuevo, con su manera de ser eléctrica, lo conoció junto a su padre y desde pequeño había sido su amigo, y lo había cuidado enseñándole todas las cosas que el mar guardaba para él.

Tiraba los aparejos contra la cubierta del bote, debía conservar la calma, pero no hallaba eso por ninguna parte, las redes, las cuerdas, las cestas de pesca. El hielo con guardería, el camarón.

En uno de los pilones del muelle que sobresalían del mar se sentó a esperar algunos marineros rezagados,  sin poder evitarlo nuevamente su mente divagaba por la noche anterior y el extraño sujeto que tenía aire de estudiado y que nunca había visto por ahí. Tenía una muy bonita sonrisa y un hermoso cuerpo, era sin duda un hombre de ciudad, cuidado y de ademanes muy finos, cosa que nunca pudo aprender, se lamentaba de su poco conocimiento de la cultura de la ciudad.

 Tenía un corte de pelo a la perfección y de color castaño, a pesar de ser de rostro suave poseía facciones bastante maduras; era bien parecido, de eso no había duda, tanto que entre marineros borrachos y tomadores bulliciosos llamó su atención.  Estaba allí sin más, vestido de chaqueta de cuero y lentes adaptados. Pero como se atrevía a pensar en un chico como ese, era de otra clase y seguro quería otras cosas y él dueño de una mediocre embarcación ¿qué podría darle?, era pobre,  inculto y de aspecto vulgar, así sentía. Tomó una sudadera y se la puso.
Recordó que en alguna hora de la noche  quiso llegar hasta él pero no lo pudo hacer. Sintió vergüenza nuevamente,  siempre le sucedía así, con el alcohol sentía el valor; sin embargo al amanecer esta misma ola de vergüenza lo obligaba a retroceder todo lo avanzado. Era como si le faltara el valor de concretar algo que hasta ahora estaba dispuesto a vivir. No era posible que a su edad aún no hubiese probado las mieles del amor entre iguales, si lo había hecho con chicas, pero quedó totalmente decepcionado, era más bien una especie de teatro. Su padre hizo un buen trabajo, reprimiendo y sembrado en él la semilla homofóbica, de odio contra condición homosexual, tanto que sentía una vergüenza terrible de ser quien era.

El sol empezó a golpearlo fuerte, y el sueño de la frustración  se apoderó de sí, pero aun así siguió pensando en el extraño hombre que robó sus sueños.  Estaba divagando en su mente, lo único cierto era que tenía una imaginación bastante  prolija y pasaba muchas horas pensando en ello. No debía pensar más en eso. – La pesca del camarón blanco- se recordó.

El viento cambio de dirección súbitamente, un suave olor se coló con el aroma de mar, las gaviotas, pelicanos y cormoranes, se sintieron inquietas, algo pasaba. Su corazón comenzó a latir rápidamente. Un rayo de luz pegó en su cara.

Igual, sentado como él; solo que  en los pilones que estaban al final de muelle, un individuo lo miraba fijamente, en su hombro una mochila, vestía suéter marrón y pescadores blancos, lentes de lectura y una sonrisa que le pareció conocida. 

Quedó totalmente fuera de sí, no era posible que el motivo de su preocupación y su desconcierto se encontrara viéndolo como si nada. Volteó la mirada hacia otro punto, no podía tenerla fija por mucho tiempo. Era él, no había duda, Martín  se levantó y se entretuvo acomodando las redes de la embarcación. No debía pensar, estaba fuera de sí, poco a poco fue recobrando la compostura.

Pero hacia un repaso de su aspecto mentalmente, borracho, barbudo, descalzo con ropa de mar toda roída y curtida, el color de su cara fue subiendo hasta ya no dejarlo trabajar, por primera vez se avergonzó de sí mismo y las condiciones que estaba en la vida… una lagrima corrió por su cara, la apartó con rabia y siguió en su faena. 

 Una voz cercana a él, turbó nuevamente su concentración. Él sujeto le hablaba a él. El Capitán no quiso interrumpir su trabajo, pero no podría seguir haciendo nada, luchaba internamente por superarse a sí mismo, más todo su cuerpo se rebelaba y perdía la batalla, su naturaleza llamaba a su cuerpo.

-Quisiera – le dijo el sujeto desde el muelle- ir hasta la isla de Queen Mary, y…- se detuvo en este punto y miró a ambos lados- no encuentro un pasaje en este estúpido puerto, me han dicho que ustedes pescan cercano a ese lugar, me gustaría, si es posible,  pagarle y que me trasladase  allá, es imperioso para mí llegar a esa isla, asuntos personales me llaman, sé que es una locura pero resulta para mi importante, no interesa cuanto tenga que pagar para llegar allí...- al ver la cara reticente del capitán, quiso suavizar un poco a idea.-  la verdad es que no se desviaran mucho de su destino; acaso unas cuantas millas, pero nada más, le pagaré un buen dinero que pudiese valer para comprar combustible o lo que necesiten.

Él sonrió por lo irónico de la situación, no necesitaba   una distracción que lo mantuviera al borde de la locura en todo el trayecto, necesitaba marineros, hombres fornidos y de poco atractivo que supieran de la pesca. Quiso hablar pero sin poder evitarlo su voz se entrecortó, las palabras no fluían con la velocidad que esperaba, el joven lo anulaba con su hablar citadino,  estaba tartamudeando, pero aun así pudo expresar:
-E, e, eso es imposible, pa-pasaríamos casi un me-mes en llegar allá, cualquier otro transporte te llevaría en menos tiempo, además sólo tenemos pocos puesto y yo necesito marineros, no un joven venido de la ciudad que sería una molesta todo el trayecto. Así que váyase a la mierda– expresó esto último con cierto aire de cansancio y vergüenza al contrastar su lenguaje con el joven.

-Tengo treinta… -respiró profundo- y el tiempo no me interesa, no hayo otra solución, yo nunca he sido marinero, pero si le interesa puedo yo servirle, lo que me pagaría acaso seria el viaje allá. Puedo serle de mucha ayuda. –quería romper la barrera comunicacional con el testarudo marinero, pero hasta ahora la conversación iba cuesta arriba y se ponía peor. Sacó de su bolsillo gran cantidad de dinero.

-No me hagas perder el tiempo, -dijo obstinado, el capitán, quien no podía hacer entender al sujeto lo que trataba de decirle-, no quiero seguir hablando con usted. Conmigo no iras a ningún sitio, así que lo mejor que puedes hacer es dejarme tranquilo, busca alguien más que te lleve a esas Islas, no veo que puedes buscar en tan remoto lugar, pero conmigo no será, te repito.

El sujeto se veía perdido, allí estaba su única posibilidad de llegar a las Islas, así que no se dejaría vencer tan fácilmente, tenía que convencer al testarudo capitán, a quien recordaba haber visto la noche anterior en el bar.
-Ayúdeme, por favor,   no tengo más recurso que usted, todos los barcos salieron, he intentado con muchos pero no quisieron, usted es mi única alternativa, a todos pregunté y se negaron- trató de implorar sujeto con ojos muy entristecidos. 
-Lo siento… y ahora déjame en paz.- fue lo único que dijo antes de ponerse a reacomodar las redes. Después de un  tiempo lo escuchó marchar. Internamente el capitán dio un respiro.  Había sido fuerte, una vez había ganado la batalla interna por llevarse a la cama a cualquier hombre, y esta fue casi que una prueba de fuego.

No podía creer que lo había pasado, el motivo de los ensueños de esta mañana pretendía que lo llevara a pescar consigo, estaba realmente loco. Se sentó, la resaca lo dejaba fuera de combate. Quedó así tumbado cerca a la red y allí se durmió. Quizás algo en su interior se aceleró. Necesitaba dormir.

  Iba a anochecer cuando lo despertó el viejo Lucas, le dio con la punta del zapato y lo llamaba, se sonreía mientras veía parar a su capitán. Acomodó sus redondas gafas igual que su  mochila y subió al bote. Dejó su mochila, con una sonrisa en su cara, sabía que no podía desistir. El mar te enamora  y una vez que lo amas su amor será eterno. Acaricio su barba, respiro el mar y abrió los brazos. Se sintió feliz.

Para el Capitán era agradable ver una cara conocida.  Sus marineros habituales habían esperado su salida. Atrás quedaba la posibilidad de embarcar personas que no conocía. Era un golpe de suerte en esta mañana tan irreal. –Islas Queen Mary, debe estar loco. Nunca me desviaría allí.  

El viejo marinero de nombre Lucas Victoriano, le preguntó que había dicho, él dijo simplemente- nada, estuve ebrio y me quedé dormido.
-Pensé que no vendrías esta temporada- exclamó Lucas, mostrando sus dientes y alzando sus cejas, en una expresión bástate característica e él. - Ninguno de los chicos querían irse en  otras embarcaciones, estamos acostumbrados al viejo “Serpiente Marina” que otro, otro nos aburría a matar, así que arriesgándome a que no quisieras echarte a la mar en esta temporada te esperé.   Y ya teníamos pensado traerte en peso. Así tuviéramos que mendigar para comprar el maldito combustible. Pero estaríamos mañana en el Serpiente Marina.  

Otras veces había trabajado con el Martin y sabía que ese  sería un viaje bastante bueno. Le gustaba la forma de ser del capitán y no estaba para recibir órdenes de quienes no entendía nada del mar, el hijo del antiguo Capitán, su amigo,  lo dejaba a sus anchas y eso era para él una ventaja debido a que sabía que debía hacerse en alta mar, años de pesca le había granjeado ese honor y bueno él sabía aprovecharlo obteniendo una mejor pesca, el camarón blanco este año también tendría un enemigo mortal en el viejo barco Serpiente Marina.

El Capitán le sugirió buscar otros tres marineros, el cocinero, que ya sabía quién seria,  y otro que le ayudara a llevar las pesadas redes y agregar la pesca en maras, recipientes tejidos, en donde separaban el pescado. Alguien que también fuera de su confianza, pero esto era un decir, ambos sabían quiénes eran los escogidos. No quería perder la poca paciencia que le quedaba, con inexpertos marineros que representaban más un atraso que una verdadera ayuda. Marineros que a los pocos días querían regresarse. Necesitaba hombres de pesca.
-Busca a los muchachos de la banda, pronto zarparemos-dijo con nuevas esperanzas.  

El viejo Lucas, sonriéndose por estar nuevamente en el trabajo, y en la aventura de encontrarse a punto de salir por varias semanas a un lugar apartado de la agobiante Panamá. Dejó sus cosas y luego, sin perder tiempo, salió a buscar los cuatro marineros que faltaban, esperaba que igual que él, ellos hubiesen esperado a que el capitán se echara de nuevo a la mar.

El viejo Lucas se sintió contento, caminaba veloz por el puerto, en uno de los bares, los cuatro marineros lo esperaban mochila en mano, ya habían perdido un poco las esperanza de que el Capitán los mandaran a buscar, al igual que Lucas no conocían otro barco más  que la vieja Serpiente Marina, que aunque maltrecha aún le quedaba aventuras por vivir. En ese barco habían trabajado los mejores años de su vida, al lado del padre del actual capitán, un excelente sujeto que amaban como si fuera su mismo  padre y que al morir en la mar dejó a su hijo, un dueño de una venta de repuestos marinos, la conducción de su bote, y aunque era innegable que a su hijo no le llamaba la atención la vida en el mar, era él quien debía ocupar su puesto y lo hacía muy bien.

El capitán Martín tenía un carácter tranquilo, hasta la lasitud,  y no el despótico de su padre, pero una sagacidad y tino para dirigir la embarcación a sitios de pesca excelentes. Trataba a todo el mudo con mucha educación y era correcto en todo, tanto que parecía él otro marinero más.

Era este carácter tranquilo y sombrío el que desde siempre inquietó a la tripulación.  Se hablaba ciertas cosas de las cuales ellos no se hacían eco. Pero pesaban en ellos. Varias veces tuvieron que enfrentarse en los bares a personas que decían cual y tal cosa. Ellos le defendían en todo momento, pero a esta edad poco podían hacer, su desapego a las mujeres era demasiado difícil de ocultar, en todo el tiempo que habían estado con él solo una vez habían visto al capitán conversar con una chica que le interesaba. Esto los inquietaba, no era persona mal  parecida, al contrario tenía ese algo que gusta a las personas. Pero simplemente, son cosas de la que no se hablan en la vieja Serpiente Marina…el viejo capitán era un mujeriego empedernido y sencillamente, pensaba que su retoño no sería menos, solo debía darle tiempo para que la vena con las mujeres apareciera.

Los cuatro marineros y el hijo del capitán. Encendieron el motor y partieron hacia lo desconocido. La pesca comenzaba. La Vieja Serpiente Marina nuevamente se iba  al mar, los marineros alegres, las gaviotas daban el último adiós y el mar se abría esplendido, invitando a quienes quieran a conocer sus secretos, la pesca seria único mundo en las próximas semanas.

La brisa marina dejaba el puerto en la lejanía, allí estarían luchando con el mar, cada uno con su impermeable sentía la nostalgia de dejar el puerto que los vio nacer. El capitán dejaba algo más que lo habitual, renunció a algo que a pesar del poco tiempo, dejó un vacío en su corazón, el amor tiene  a veces la rapidez del rayo, la incertidumbre de lo nunca vivido y lo irreal de lo nunca expresado, todo esto quedó atrás en el chico de mirada triste y gafas, sentado quizás en los pilotes del muelle.