1. La Enfermería

Capítulo I


1. La Enfermería


 El cuarto de enfermería se hallaba en total desorden, constituían su único mobiliario: un pequeño escritorio; una silla de color negro, desgastada en algunos extremos, con la goma espuma por fuera y de color amarillento; un biombo de cortinas azules y una escueta camilla cubierta por una sábana muy delgada, seguramente de color blanco en un pasado; pero que hoy, estaba estampada con machas de diversas tonalidades: ocres y cafés, violetas y malvas;  productos acaso de otras intervenciones, a su lado un pequeño carro sujetaba una bandeja con varios objetos médicos, escarpelos, bisturís, guantes de hule, en fin, lo mínimo necesario para efectuar este tipo de trabajos. El olor a cuartucho de hospital hacía palidecer a cualquiera que no estuviera acostumbrado a este hedor tan característico de recintos médicos.
 
En la habitación, y a pesar de tener otras experiencias similares, el doctor Evans no se acostumbra a realizar esta infame tarea, la sentía repugnante; a la vez que denigrante. Se hallaba contrariado y buscaba apoyo dándole una miraba a la enfermera que se encontraba a su lado, ésta tratando de calmarlo le hacía un ademán con la mano, indicándole “que otra vez más, ¿qué importancia tenía?”, ella más que nadie sabía muy bien todo lo que él había hecho por frenar este tipo de brutalidades; sin embargo, y  a pesar de esto, poco le servía; sino que por el contrario, todo parecía ir en aumento, de modo que se sentía más bien resignada.

Camino hacia donde el doctor se encontraba y le dio una palmada en la espalda para tratar de animarlo un poco, éste volteó la cara mirando afuera de la pequeña sala, allí vio al grupo de guardas tratando, muy pegados a la pared, de escuchar el juicio del doctor, se enfureció y cerró la pequeña cortina azul, dejando tras de sí muecas de contrariedad de los vigilantes. La enfermera fue más allá y cerró la puerta que daba al pasillo. La enfurecía el tener que lidiar diariamente con personas sin ningún sentido de la piedad.

-Esperaba de estos algo más de humanidad- protestó el doctor- pero veo que es imposible, hasta eso se perdió en este maldito lugar, quisiera mandarlo todo al infierno e irme de esta “maldita pocilga” de una buena vez por todas.

La enfermera no intentó, como lo hizo otras veces, hacerlo callar, se colocó un tapa boca, se acercó a una de las esquinas del cuarto y volteó el cuerpo del incuestionable occiso, quien se hallaba tirado en el suelo y del cual  salió un nauseabundo olor putrefacto, mismo que la hizo lanzar varias palabrotas, estas exclamaciones de asco llegaron hasta el pasillo, un susurro se formó; pero fue prontamente acallado por el doctor Evans, el cual se hizo escuchar desde el pequeño cuarto, con un fuerte siseo.

Juntos lograron levantar el cuerpo y lo colocaron en la camilla. El galeno al verlo a la cara movió la cabeza de lado a lado, no había nada que hacer; ni que revisar, el joven acostado en la camilla se encontraba muerto por asfixia, producto de un estado de sofocación por falta de oxigeno, lo revisaron, mas era perder el tiempo, sabían de sobra el diagnostico de la muerte… del asesinato del joven a su lado.

Tenía mutilado un brazo y parte de la pierna, su cuerpo presentaba cardenales y cortaduras en todas partes. Éstas hechas, por las características vistas, con un objeto punzo penetrante y hematomas que ellos no podían precisar el origen.

-“Una horda de irracionales”, no puede ser que no halla el menor respeto por la vida -. Esputó el doctor. Y luego de decir esto continuó revisando el cuerpo, la victima poseía varios tatuajes en el brazo, las piernas y el pecho, miró su rostro y notó que no tenía la apariencia de los tres ulteriores, era más bien de tipo “común”, pelo negro, ojos oscuros y achinados, un corte bastante osado, notó sus orejas y estas se hallaban perforadas, gradualmente fue revisando todo su cuerpo; una vez que terminaron del examen de rigor se sentaron exhaustos por todo.

El joven muerto era un recordatorio de los casos anteriores, e igual que estos sabían que vendría después, una cascada de reacciones, que quizás se perdería en el inmenso mar de la nada que era la insignia de la eficacia del Director.

 La enfermera se dirigió al archivo, esperaba encontrar más datos de los que ahora tenía, al igual que las otras víctimas, éste era neófito, así que lo buscó en carpetas por archivar, una vez que lo halló, miraba su rostro y trataba de adivinar su historia, tras esa expresión aterradora que presentaba llena de moretones y cortaduras.

Quizás, por su apariencia, podía deducir que el sujeto se trataba de uno de los chicos de los barrios pobres, pertenecientes a pandillas medianamente organizadas. Conocía a los de su tipo, cientos habían pasado ya por aquí, por ello podía sacar ciertas conclusiones de lo poco que percibía; jóvenes que aparecen en las calles sin familia y sin protección de nadie, viéndose envueltos en un mundo inhumano, en el cual se tiene que hacer cualquier cosa por sobrevivir, y por supuesto éste era el sitio donde todos finalizarían alguna vez en su vida con el fin de graduarse con “la crème de la crème”. Algunos, como él, jamás salían de este sitio.

Siguió revisando su cuerpo y se topó con varias heridas malamente cicatrizadas, seguro cada una de ellas trofeos coleccionados como muestra de su supervivencia en las calles, miraba las heridas recientes, y pensó que estas últimas eran un trofeo que no mostraría a nadie, ya que para él había acabado su rutilante y efímera carrera criminalista. 

Poco a poco llegó al brazo, en el mismo se podía observar algunos símbolos chinos; probablemente la marca con la cual se distinguían los miembros de la banda a la que perteneció. La enfermera se sentó en una silla ubicada en un rincón, dejando al doctor arreglar lo pertinente al papeleo.

 Seguidamente, un vacío se hizo presente, una soledad la embargó y se vio con los brazos unidos a su pecho en un auto abrazo como alma desamparada, se levantó de la silla y fue a lavarse las manos. En el baño halló algunos artículos de limpieza personal, buscó entre ellos, hasta hallar al jabón antiséptico, desgastó un poco en sus manos y luego se las frotó; no obstante, la sangre es algo difícil de quitarse de la piel, así que repitió el procedimiento varias veces, recorriendo cuidadosamente todos sus dedos, se sentía de nuevo sucia por ocuparse de este tipo de cosas, estaba segura que para esto no se graduó en el colegio de enfermería, estaba siendo utilizada en esta “tierra de nadie”.
-¡Maldición!- expresaba mientras se quitaba la sangre de las manos, se estregaba los dedos con furia, hasta que terminó con el último rastrojo del pecado en sus manos.
Con éste no pasará lo mismo… algo debemos hacer- tomó una toalla y se secó bruscamente. Luego la tiró contra la pared.

Salió del baño con muy mal semblante, estaba dispuesta a hablar con el doctor Evans, no quería continuar así, era la tercera persona muerta en las mismas condiciones en los últimos cuatro meses, alguien tendría que parar este salvajismo. Algo estaba mal y ella era un eslabón más de los que permitían su ejecución, por lo tanto era una asesina pasiva.

Aún recordaba como llegó el joven para ser revisado, no era lo que podía decirse un muchacho tímido, poseía esa cara de odio y miedo que tienen todos los que ingresan aquí, no hablaba mucho el idioma, pero algo entendía, mientras ella estuvo realizando su trabajo, él no hizo ninguna pregunta, tenía la mirada fija-perdida en el estante que se hallaba cercano al cuarto, dentro de él, algunas jeringas, frascos con alcohol, incluso algún medicamento, ella le hizo señas al doctor y pronto él se le unió al trabajo. Sintió temor de que el joven pudiese tomar algunos de estos instrumentos y acabar con la vida de todos.

No obstante, ahora que estaba muerto, se arrepentía de ser tan desconfiada con el joven, quería regresar el tiempo y no dejarlo salir, mas ya era tarde y el quejarse no le serviría de mucho, caminó hacia la pequeña oficina donde ahora se hallaba el doctor, su decisión era irrevocable. Le diría lo que se merecía, y no sería otro eslabón de la cadena.

Cuando se hallaba cerca de la pequeña habitación, que fungía como oficina del doctor Evans, se sorprendió al escuchar la voz del director, se detuvo y cambió su rumbo hasta el archivo. Allí se dispuso a organizar algunos registros esperando escuchar algo de lo que se decía adentro. Albergaba la esperanza de que esta vez el doctor Evans recolectara el valor necesario y fuera un poco más severo y terminara, por fin, de encubrir estas extrañas muertes dentro del reclusorio.

 Deseaba entrar y decirle al director todo lo que se merecía y que se encontraba  aprisionado dentro de ella por tanto tiempo, empero, algo la contenía. Desde el pasillo escuchó los pasos de un guardia; sí la hallaba en aquel lugar sospecharía que trataba de escuchar la conversación de los dos sujetos dentro de la habitación, ella desistió en seguir oyendo, lo mejor que podía hacer era alejarse. Y así lo hizo.

Tomó una carpeta al azar y se dirigió a donde regularmente descansaba, un pequeño escritorio alejado de la sala. Allí sentada comenzó a hojear lo que tomó del escritorio, se sorprendió al notar que de tantos expedientes, tomará precisamente el perteneciente al sujeto muerto anteriormente, leyó con detenimiento el material, volvió a repasar todas las irregularidades cometidas en el informe, sabía que la mayoría de lo que allí se decía eran mentiras cubriendo la verdadera razón de la muerte. Siguió leyendo y allí encontró la rúbrica del doctor Evans.

Se detuvo un poco en este detalle y tan sólo allí logró darse cuenta que, quizás y aunque quisieran negarlo, el doctor, e incluso ella, también estaba tan metida en esto como cualquiera de los otros. La primera vez que lo hicieron, no sólo hacían lo que se les pedía; sino que también aceptaban las responsabilidades de su acción, tanto era así que la firma del Director no estaba en nada de esto, eran ellos, sólo ellos los que hicieron todo. El remover este asunto lo único que haría sería enredar el panorama, aún el Director podría alegar que fueron ellos los que encubrían este hecho. Ella estaba segura que sí lo tuviera que hacer, al director no le temblaría el pulso, claro que a él tampoco le interesaba que esto pudiese salir a luz pública. Así que era una especie de comensalismo, luego lo pensó bien y se dijo parasitismo.

Desde la oficina del doctor comenzaron a escucharse gritos muy fuertes, la enfermera tomó la carpeta que leía y con la rapidez de un nerviosismo exagerado, la escondió dentro de otras carpetas colocadas para su revisión, en esos gritos pudo escuchar otra vez la misma discusión de siempre, sintió un poco de coraje por la forma en que el doctor Evans  manejaba las cosas, su excesiva paciencia la exacerbaba, esperaba de él mayor severidad en sus juicios, pero algo escondía y tal vez eso era lo que realmente lo tenía maniatado. El director Simons lo sabía y por eso abusaba de él sin ningún pudor.

Ella escuchaba las voces que fueron en aumento; pero, esta vez él doctor Evans no se escuchaba, el director Simons era quién marcaba la pauta en la discusión, le gritaba recordándole todo a lo que se exponía sí todo salía a la luz. La misma lata de siempre, pensó ella, lo sabía como una clase aprendida, incluso movía los labios en señal de ello… La institución era considerada unos de los establecimientos modelos en la nación, habían recibido mucho apoyo del gobierno e incluso eran tomados como ejemplo a seguir para otros centros similares, un incidente como estos echaría por la borda todo lo que hasta ahora habían logrado formar y que nada ayudaría a solventar los problemas del penal, sólo aumentarlos de manera drástica. 
-…No, no podemos permitir que esto salga a la calle, apreciado doctor Evans – se oía al Director decir-, para nadie es un secreto que cosas como estas pasan a menudo en cualquier centro de prisión, y me atrevería a decir que peores cosas, tan sólo que sus directivos no andan por allí, entrando en pánico cuando se enfrentan a ello. Así que, por favor, aquiétese, ya me encargaré de resolver esto a mi manera, y vera que esto ira por muy buen camino, pronto estará solucionado…- luego bajo la voz y la enfermera no pudo escuchar más nada de lo que allí se decía, pero algo sospechaba. 

El Blanco”, como se conocía al Director, Simons Fowler, debido a su coloración en el pelo, un amarillo blancuzco; lo claro de su piel y lo más característico de su persona, unos ojos casi grises, que le otorgaban una apariencia gélida; era considerado por todos, a pesar de corta edad para ser director, un hombre de excelente actitud y carácter de hierro para lidiar con los reos. Esto tal vez debido a sus años en la milicia, los cuales lo moldearon a lo que era ahora; un hombre, a la vista de todos, poseedor de excelente comportamiento y trato impecable. Muy riguroso eso sí. 

No obstante, detrás de esta fachada de modales pulcros estaba un hombre con mucha sed de poder y un intenso estado de frustración, capaz de hacer lo que fuese con tal de conseguir lo que se proponía. La enfermera conocía de sobra todo esto, luego de compartir tres años con él, sabía que el director siempre aspiró algo mejor, su comportamiento delataba sus pensamientos y aunque para otros parecía una persona centrada; delante de ella estaba develado su verdadero ser de envidia y codicia.

Ella fue testigo todo este tiempo de cómo, a mansalva, manipulaba a todos, al doctor Evans, al jefe de policía y a sus subalternos e inclusive a ella, esto sólo para trazar el camino que lo sacaría de este sitio, valiéndose de una fingida compresión antes los problemas ajenos. Una verdadera sabandija oportunista, según su criterio.
 
Los gritos en la oficina fueron disminuyendo hasta quedar un murmullo y ella sospechó lo que pasaba, era evidente que ya el doctor Evans había aceptado la posición de “El Blanco”, nuevamente el director Simons lo convenció de sus propósitos, sintió otro oleaje de furor que le recorrió todo el cuerpo, no podía entender que razón había para quedarse tan callado ante esta situación tan anómala, la cara del joven vino de nuevo a su memoria y nada pudo hacer por evitar que este recuerdo la atormentara. Luego de un rato en la oficina no se escuchaba nada, ella cayó en un estado de sopor por cierto tiempo hasta que el sonido de los pasos del policía custodio la hizo volver en sí. 

Al guardia que venía hacia ella, lo miró de arriba abajo con ojos de despreció, nunca fue una persona de su agrado; por el contrario, para ella era una bestia, vestía traje de carcelero y miraba con ojos sin vida, era evidente que todo le daba igual, algunas veces como hoy, usaba la barba sin afeitar y el pelo algo largo en la parte trasera, muy a la usanza de la década de los ochenta.

Con ella siempre hablaba como queriendo coquetear para conquistarla y convertirla en otra más de sus botines; ella ya se encontraba asqueada de ese tipo de personas. Él le preguntó dónde estaban todos y ella hizo una señal con la mano, le indicó el cuarto donde la reunión se realizaba, él se acomodó el cuello de la camisa, se subió un poco más los pantalones, caminó hasta la puerta cerrada; se detuvo delante de ella y tocó con suavidad.

Después de un tiempo, la puerta se abrió dejando ver a un doctor algo afligido, el policía pasó y cerró la puerta tras de sí. Del pasillo seguían llegado voces, era evidente que querían saber en que terminaría todo esto, la enfermera se levantó y llegó hasta donde los revoltosos se encontraban, al abrir la puerta los tres policías parados en el pasillo se callaron, luego la miraron fijamente, era una mujer algo delgada de pelo castaño a la altura de los hombros, ella con el dedo índice aprisionando los labios, hizo ruido para indicar que se hicieran silencio, los tres se calmaron y caminaron hacía la parte de atrás del largo y estrecho pasaje de la sala de enfermería en el bullicioso penal.

Las luces del pasillo no eran suficientes para alumbrarlo;  así que lucía lúgubre y tétrico. Un escalofrío le recorrió a ella por el cuerpo, sabía que todo esto que pasaba lo recordaría por el resto de su vida, era un error que tendría que pagar de alguna manera sí pronto no hacía nada por detenerlo, el sentirse culpable era una salida a su miedo por resolver todo, odiaba en este momento al doctor, al director, al custodio, a los otros policías y hasta ella misma, comenzó a ponerse tensa como encerrada en su propio cuerpo, esto fue en aumento llenando su alma de coraje y determinación, hasta que no pudo más, y se levantó de la silla, decidida a entrar a esa reunión; aunque pusiera en riesgo su puesto en el recinto; la alimentación de su hijo e incluso su vida.  

Caminaba hacia la puerta, pero a medida que sus pasos avanzaban su cuerpo se resistían a hacerlo y la oficina retrocedía ante sí, faltaba en ella mucho coraje para enfrentarse a los tres verdugos que decidían el destino de personas menos afortunadas, pensó en su hijo y la suerte que tenían en tenerla a ella. Pero sí perdía el empleo ¿Qué futuro tendría para ofrecerle a él? Se detuvo y retrocedió de nuevo hacía su escritorio, se sentó en la misma silla y se sintió derrotada por todo y por todos. Lo cierto era que se sentía una cobarde.

Pasado un tiempo, la puerta se abrió dejando salir dos de los tres personajes que ocupaban el cuarto, con cara de satisfacción, reían entre ellos, la gran sonrisa del director abarcaba gran parte de su cara, haciéndole resaltar las tempranas arrugas de su cara, era otra victoria y un peldaño más. También para el jefe de policías del recinto, éste era una conquista, otra manera de mantener las cosas a raya por algo más de tiempo. Principalmente, haría comer estiércol a su más grande dolor de cabeza, “El Niño Coyote”, y esto le daba placer pensarlo. Los dos voltearon la cabeza y vieron a la enfermera sentada en su escritorio, sus semblantes cambiaron y se pusieron muy serios para dirigirse a ella. Parecían pensar lo mismo de lo algo atractiva enfermera.

El cabello del director estaba más rubio que nunca, haciendo resaltar sus ojos grisáceos, la miró fijamente y puso su mano en la barbilla. Luego expresó:
-Señorita Carlenton, nosotros al igual que usted, sentimos la muerte tan lamentable del recluso, pero hay cosas que escapan hasta de nuestras manos- luego extendió las manos hacia ella, enseñando las palmas de las manos- por erróneo que parezca existen cosas que es mejor dejarla donde están y no removerlas- cerró los puños rápidamente- no podemos jugar a ser Díos. ¿Me entiende?- miró al policía a su lado- estoy seguro que el agente a mi lado hará lo posible por esclarecer el caso y dar con el lugar en donde estos jóvenes mueren por tan brutal mano; confió en las capacidades del agente y su personal. La intromisión de personas ajenas, sólo complicaría posiblemente las cosas. ¿Me entiende?- repitió.- Por ello hacemos lo que hacemos, somos como ángeles al rescate de la humanidad menos favorecida- y en este último comentario puso cara muy seria, fruyendo el entrecejo, el cual a diferencia de otros no se partía en la unión de las cejas sino que por el contrario se entendía como varias líneas en su frente.   

Ella asintió con la cabeza en señal de que aceptaba todo lo que él decía, se sintió de nuevo deshonesta y pávida pero poco podía hacer, estaba desarmada frente a él y sus argumentos, desesperándose no lograría nada en contra este profesional del castigo, luego siguió revisando los papeles sin prestar atención a nada más y para hacerles ver que para ella no era importante nada todo esto. El director hizo una mueca de complacencia al policía que lo acompañaba, quien a su vez esbozó una pequeña sonrisa sin despegar ambos labios.  Pensaba que sería más difícil, pero no fue así, no tendría que perder el tiempo con ésta.

El policía custodio junto al director se convertiría en un ser invencible, una yunta que se hacía respetar. Antes de salir volteó la cara y dio un guiño a la enfermera, ésta lo miró con ojos de odio, y con el dedo medio extendido se despidió de él. Tratando de no ser vista por el director Simons, a quién, aunque no temía, esperaba tener de su lado por mucho, mucho tiempo.

*

    Al salir el director de la sala, ella caminó hasta donde estaba el doctor. Allí lo encontró acongojado, sentado en su cómodo sillón, al verla entrar sabía por que venía; poco tenía él que decirle, los dos estaban sin elección ante la decisión, sin poder frenar esto o por lo menos hacer que las autoridades tomaran parte en las investigaciones, y así desenmascarar al director y a sus fieles. Era una guerra que quizás nunca pudiesen ganar, a no ser perder todo lo que hasta ahora habían logrado.

Le pidió a la enfermera que se sentara para explicarle lo sucedido:
-Estamos de manos atadas- comenzó desciendo uniendo las muñecas, tratando de figurarlas atadas por esposas- el sublevarnos… poco ayudará a la situación de estas personas, por el contrario, seremos acaso culpables de otras muertes similares; así que tengamos calma, pensémoslo mejor, estoy seguro que desde adentro haremos más.  Entiendo tu preocupación y también siento la misma rabia e impotencia que tú, no creo que, aunque nos cueste admitirlo, alterándonos no solucionáremos los hechos. Ellos son dueños del poder.

Ella no quería escuchar aquellas palabras condescendientes y conformistas -Perdóname usted,- dijo un poco frustrada la enfermera y a punto de colapso de rabia- pero no entiendo lo que quiere decirme, yo sólo veo que jóvenes están muriendo sin que nadie haga absolutamente nada… ¿La razón? nuestro flamante director, Simons Fowler, quiere hacer parecer que acá no pasa nada y somos una cárcel modelo, cuando la realidad es que estamos lejos de esa meta. Aquí están sucediendo cosas extrañas ¡Óyeme bien, varios asesinatos! -en ese punto se sentó y lo señaló con el dedo- si usted quiere ser culpable por favor tenga el sentido común y libéreme de ese compromiso. Estamos acá para ejercer la medicina no para actual por nuestros intereses, jugando a los tontos por miedo… 

El doctor sabía que ella tenía razón, estaban siendo utilizados por un director sin escrúpulos y un policía aún mucho más corrupto que el primero, ellos no sentían el menor respeto por nada y por nadie. La escuchaba con detenimiento, ella aumentaba su voz, e iba hilvanando la réplica, hasta que un punto ella misma, por sus palabras, entendió la posición del doctor Evans, luego se calló, vencida por ella misma. Se sentó en la silla contraria al escritorio. Calló con los brazos cruzados, en señal de derrota. En realidad, todo esto era cháchara barata, nada harían.

-¿Pero algo podremos hacer? ¿No?- esto lo dijo con desgano y con cierta ingenuidad, lo cual hizo gracia al doctor Evans haciéndolo esbozar una pequeña sonrisa, antes de seguir atento su conversación-… si tan sólo supiéramos el modo en que mueren estos jóvenes, podríamos detener las muertes.- puso cierta picardía en esto último para observar la reacción del doctor. Quién lo tomó muy mal.
-¿De qué demontre habla?- gritó el doctor ante el comentario de la audaz enfermera- recuerde que ellos conviven con los reclusos y nada han podido sacar hasta ahora, menos haremos nosotros desde afuera. No podríamos ni siquiera entrar en las celdas, o es que no recuerda por todo lo que pasamos cada vez que tenemos que cruzar la cerca divisoria. Si quiere le hago un recordatorio.

La enfermera puso la cara de ir pensando luego repuso -Todo eso es cierto; sin embargo, lo que nos diferencia de ellos es que nosotros sí queremos resolver esto, y no veo que a ello les interese un maldito cuerno- luego volteó la cara hasta un punto muerto, y bajando la voz trató de explicarse mejor- claro, que tendremos menos recursos, pero… podemos obtener algo de los internos que vienen aquí, escogeremos a alguien, ganaremos su confianza y luego esperamos a que hable.- No esperó respuesta del sorprendido doctor  y se fue sin decir nada más, se fue hasta su escritorio.

El doctor se quedo sentado, riéndose de sí mimo por tener tan ilusa acompañante, cómo pretendería ella poder hacer hablar a cualquiera de estos, eran una gran familia de criminales, era una especie de “Banda” o quién sabe qué, difícil de desmarañar, el solo pensar en intimar con cualquiera de los reclusos lo asqueaba y le daba escalofrió. Nunca harían nada de eso. Y si lo hicieran necesitarían, bastante tiempo, a lo mejor en ese tiempo otros caerían. Se recostó del descanso y dio una vuelta en la silla. El jugar a detectives no era su idea de la vida que escogió.

La enfermera estaba un poco menos escéptica que él doctor, después de un rato de la plática fue a los archivos tratando de encontrar cualquiera cosa que sirviera a sus locos propósitos, se sentó en el suelo y comenzó a revisar carpeta por carpeta, mientras lo hacía repasaba en su cabeza las condiciones de las muerte.
-Asfixiados, esto es algo- luego dejó lo que hacía y giro la cabeza- ¿O asesinados? Mierda- apuntó, el trabajo sería difícil para ella, comenzaría desde cero, metiéndose en aguas demasiado profundas e impenetrables.

Seguía revisando las muertes y cayó en un detalle, tal vez importante, los jóvenes eran víctimas de al menos 50 violaciones, antes de morir- ¡Maldición!- dijo de nuevo, sentía una impotencia. Desde la oficina se escuchó la voz del doctor.
-No podemos hacer nada, así que deja de devanarte los sesos, somos galenos, no detectives recuerdas.

Ella no hizo el menor caso pensó para sus adentros- ¡Vallase a la mierda!- y siguió revisando, buscando algunas claves que la llevaran al asesino o a los asesinos del joven recluso. Estuvo allí parte del día, salió sólo cuando hubo que entregar el cuerpo del recluso muerto, posterior a ello el doctor decidió  retirarse hasta su casa.
-¿Nos vamos?- preguntó, un poco cansado por lo ajetreado del día.
-No, vallase usted, yo continuaré aquí, algo tendrá que ocurrírseme, tengo demasiadas cosas que revisar y en que pensar.
-Está bien, te dejaré acá, si así lo deseas- luego se alejó de la sala donde la enfermera se hallaba, al salir al pasillo, lo observó pavoroso y vacío, lo pensó bien se devolvió. Llegó hasta el cuarto, sacó la cabeza por la puerta- ¿Seguro que no quieres irte? Recuerda donde estás.

Ella levantó la cabeza y se miró así misma rodeada de decenas de asesinos, violadores, ladrones, extorsionadores, vendedores de drogas, etc. Luego se sorprendió de su denuedo, recordó al joven muerto, al jefe de policías y, por último, todo lo que ocurría en este lugar, se levantó atemorizada, tomó las carpetas las puso en el escritorio.
-¿Sabes qué?... Mañana será otro día, tenemos tantos días sin hacer nada que lo poco que hicimos hoy es mucho más que lo nada que hemos hecho siempre- el doctor la vio y soltó una risa, sabía que ni siquiera él, se quedaría solo una noche en tan funesto lugar. Todo estaba oscuro y las luces insuficiente, policías rondando de aquí de allá, llantos en la noche, ruidos, gritos, golpes, en fin, todo lo que turbaría la mente de los más osados. Varias veces habían quedado los dos en el sitio, por alguna emergencia y cada vez que lo hacían su capacidad de asombro era rota por los hechos más horribles.

La enfermera Faith Carlenton, era una mujer entrada en los treinta años, con un divorcio acuestas y un hijo que mantener. Desde muy joven le interesó la medicina, pero al ver frustrados sus esfuerzos, tuvo que conformarse con la carrera de enfermera, a partir del momento que entró al hospital su misión había sido la de ayudar a los más desprotegidos, trabajaba día noche, lo que quizás fue la primera razón por la cual su matrimonio sucumbió tan pronto. Fue un golpe bastante fuerte para ella, aún amaba su marido, pero él se fue con otra. Quedo en un estado de depresión que le duro por muchísimo tiempo.

Cierta noche estando de guardia recibió la visita de un paciente proveniente de la penitenciaria; nunca olvidaría el estado en que estos eran tratados en el hospital, golpeados con salvajismo y brutalidad, así que decidió que tendría que hacer algo. Muy temprano en la mañana se presentó en lo que sería su nuevo trabajo, sabía a lo que se arriesgaba, pero aún así quiso estar con ellos, los obstáculos fueron muchos, pero los fue superando uno a uno, hasta que obtuvo el cargo, ya instalada conoció al doctor Garth Evans y desde entones los unió un mismo espíritu de lucha que la hacía despertarse día tras día.

El doctor Evans, era un tanto diferente, con un porte bastante convencional, lucía ese aire despreocupado del que tiene otras prioridades en la vida que verse bien, aunque era bien parecido, no era persona de mantener un corte muy radicar, sino que al contrario tenía ese medio que raya entre lo muy largo y muy corto. Se rasuraba la cara casi diariamente, le incomodaba los pequeños vellos, llegando a tener una batalla campal con los que unía sus cejas. Pero groso modo parecía un doctor más.

Era más bien de tipo retraído, característica que le ocasionó muchos problemas desde pequeño, su familia lo acosaba para que fuera un tanto más extrovertido, el procuraba sobresalir en eventos que aumentaran esta característica; nunca lo logro, sino que muy al contrario crearon en él un estado de frustración que lo acompañaba siempre en sus años mozos. Una vez graduado se propuso no luchar con ella y terminó en unos de los lugares más lúgubres que conoció, quizás para evitar tantos comentarios y auto castigarse por no ser lo que soñaron sus padres para él en su escala de valores.

El buscar el apartarse de todo siempre fue su norte, en equis momento de su vida se propuso dedicarse en un sitio donde pudiera pasar desapercibido y al llegar aquí, encontró la soledad que necesitaba, se planteó a vivir como siempre quiso seudo encerrado. Esto era algo que compartía con la enfermera. Los dos siempre estuvieron delante de su trabajo, sin embargo, desde que el primer sujeto apareció muerto por asfixia, su motivación hubo desaparecido, se sentían maniatados con estos casos.

 Antes de salir de la prisión se toparon con Michael Virtue, el jefe de policías, su mirada penetrante los siguió hasta que se fueron, esbozó una pequeña sonrisa y se introdujo en el recinto. El jefe de policías era un hombre mayor y más experimentado que Simons Fowler  y, a pesar de tener más años dentro del recinto, se amoldó rápidamente a las excentricidades del director, incluso se volvió su perro fiel, juntos eran armas letales en la toma de todas decisiones. Conocía como estar todo el tiempo delante de su trabajo y cómo hacer para tener el mínimo de problemas con sus superiores.

El personal médico nunca le agradó, los consideraba demasiado metiches para él, de ellos, las más de cuidar era quizás la enfermera, esto debido a que esta podía presentarle un problema; más no así el doctor a quién consideraba poco menos que un pelele, un sujeto sin personalidad; lo odiaba por todo lo que representaba, un hijo de papá y mamá, educado y bueno para nada. Muchas veces trató de sacarlo del penal, aumentando los errores e incluso inventando cosas. Pero hasta ahora nunca lo había conseguido.

El porqué, se debía principalmente a la empatía que sentía el Director por el “Doctorcito” era mayor a la que sentía por él, siempre los desplazaba en cualquier comentario, las ideas de él eran desechadas por las más ecuánimes del estudiado. Esto lo ponía de mal humor y buscaba como cambiar el panorama. Se sentía en desventaja frente al Doctor. Pero ante esto la zalamería le resultó muy bien.

Una vez que se fueron en el auto, los dos personajes médicos, antes parlanchines; estaban muy callados, ninguna cosa podía ser dicha sin que ésta no estuviera demás, la enfermera se hallaba demasiado disgustada consigo misma y con el doctor como para decir algo coherente. Así lo notaba él, quién quiso romper el silencio diciendo algo que suavizara la situación. Respiró profundo:
-No te prometo nada, pero te ayudaré a dar con la persona que nos pudiese servir para descubrir lo que sucede o por lo menos de qué se trata esto, estoy seguro que no todos son incondicionales del director de la prisión

La enfermera, no respondió nada. Sabía dentro de ella que eran sólo palabras, el doctor le temía demasiado al director Simons y al jefe de policías como para retarlos de cualquier manera. Era obvio que si el jefe se enteraba de las averiguaciones sin su consentimiento, iba a frenar todo “ipso facto”. Y era más que seguro que hasta allí, llegaría su ayuda.

El jefe de policías era como una hiena, siempre alerta a cualquier movimiento raro que tuviera que ver con su terreno y aplastaba cualquier tentativa de sublevación. Por consiguiente, tendría ella misma que encargarse de todo, incluso de hablar con la persona que le podría llevar hasta el desenlace.

El doctor siguió conduciendo y hablando:
-…Se me ocurre que podríamos tomar a alguien que no levante sospecha, por ejemplo…-quedo pensativo un poco- el Monstruo Billy”…- en este punto paró de hablar, ella no iba prestando mucha atención, pero en el justo momento que oyó el nombre del “Monstruo Billy”, todo su cuerpo se estremeció.
- ¿“El Monstruo Billy”? ¿Está usted loco? no puedo ni siquiera mirarlo a escasos pasos de distancias, la primera vez que estuve frente a él, casi me orino del susto; un asesino y está loco, menuda combinación, quizás antes de que le hablemos de cualquier cosa nos corte la yugular y se la trague- hizo un movimiento en línea recta con el dedo índice cruzándose el cuello.

El doctor Evans soltó una estrafalaria risa, ella también lo siguió.  Apenas una sugerencia y todo quedó al descubierto, no podría entablar una amistad con estos tipos para poder sacar algo de provecho. La vida de cualquiera de los reclusos era muy diferente a la que cualquier persona normal pudiese llevar, éste era en realidad otro mundo, son frecuentes los casos en el que los ex presidiarios, no podían reintegrarse a la vida normal por todo lo que en su cabeza estaba y que habían vivido en sus años de encierro.  
-Te das cuenta de lo que hablo, ¿tengo o no razón?- afirmó el doctor. Luego la enfermera dejó de reír.
-Dije que nunca pude hablar con él…pero hasta ahora, si tengo que hacerlo lo haré, aunque me vaya la vida en ello- expresó la enfermera muy segura de lo que decía.
-Está bien, te diré lo que haremos: mañana lo haremos llamar al consultorio para hacerle ciertos exámenes que, por la intoxicación que sufrió el otro día, tiene pendientes, estando en ese punto veremos lo que haremos, pero desde ya te digo que no será nada agradable. Lo conozco algo, y sé que será muy difícil hacerlo hablar. 

La enfermera Faith cambió el semblante, por fin podrían hacer algo por ayudar realmente, aunque le inquietaba la idea del “Monstruo Billy”, esperaba dar con todo lo que sucedía, su espíritu se elevó. No sería fácil hacer la guerra al director del penal, poniendo en riesgo hasta su empleo, sin que él siquiera sospechara que algo pasaba. Tendrían que moverse con mucha mesura  para no ser sorprendido  “in fraganti”. Cualquier error tendría que pagarlo caro. El Blanco conocía todo lo que pasaba a su alrededor y no sería fácil el engañarlo y mucho menos a su ayudante.

A la mañana siguiente los dos se encontraban en la pequeña dependencia del penal, en donde trabajaban.

 Haciéndole honor a su fama de tenerlo todo a ojo, a tempranas horas ,recibieron la visita del director, al verlo por ahí se sorprendieron, sin ellos aún mover un dedo, él posiblemente ya estaba asegurándose que nada pudiese pasar, llegó con el saludo de costumbre, luego pidió hablar con Evans a solas, los dos se metieron en la oficina. La enfermera sintió un poco de curiosidad.

 El director al salir de la oficina del doctor estaba algo nervioso. Ella esperaba que al doctor no se le hubiese salido nada en la conversación que ambos tuvieron, y que el plan siguiera en marcha. Al pasar junto a ella, el director que hoy vestía un traje azul y una camisa a rallas, le regaló una amplia sonrisa, y aunque siempre lo hacía, esta vez a ella le inquietó mucho.  Transcurrido cierto tiempo salió el doctor Evans de la oficina. Éste estaba también igual de nervioso que el director, ella no sabía que se habían hablado en esa oficina, pero seguro algo no muy bueno, seguramente alguna nueva táctica del director para someterlos.

Evans se acomodaba el cuello de su camisa, luego con una amplia sonrisa le preguntó a la enfermera:
-¿Aún sigues con esa loca idea de descubrir que sucede?- inmediatamente se quedo algo pensativo- …creo que el director teme que podamos hablar fuera de aquí, nos ofreció algunos regalos para el consultorio ¿Qué opinas?
-Eso sospeche; sin embargo, hoy no estoy tan segura como ayer, - respondió la enfermera- sería un trabajo arduo el poder llegar a la verdad, y si la consiguiéramos no sabríamos que hacer con ella, sin agregar, que acaso  pudiese repetirse en cualquier momento.

Los dos quedaron sentados, no podían pensar que hacer, pero de algo estaban seguros, algo harían por remediar la situación.
...

La mañana transcurrió sin mayores novedades, el doctor poco a poco se fue olvidando de la extraña propuesta de su compañera, ésta era una idea realmente descabellada que no se ajustaba a su monótono plan de vida. Cuando ingresó al penal su misión era pasar desapercibido lo más que pudiera, objetivo que había logrado sólo en parte, tenía a cuesta muchos errores del pasado que le era imperativo olvidar.

El doctor Evans era hijo de uno de los hombres más prominentes de la ciudad, al igual que había sido con su padre, de él siempre se esperó lo mejor, el brillo de las estrellas estaba aguardándolo, más no paso de ser un doctor poco menos que corriente. Su familia comenzó  apartarlo cada vez más, hasta que él voluntariamente se aisló.
Buscando una salida a su situación, recibió la propuesta de cambiar de trabajo; así como de ciudad y mudarse a unos de los lugares más inhóspitos que existen en la tierra. Residencia impuesta de toda la escoria de la humanidad. Un sitio que la ciudad quería olvidar. Al pensarlo bien, estuvo convencido que era su lugar. Un espacio donde podría simplemente desaparecer en una obra poco menos que caritativa. No obstante, al llegar al penal notó que todo era diferente a lo que imaginó, un mundo apartado de todo que hacía sus propias reglas y estatutos.

El doctor Evans, vivía una lucha interna por aclarar su lugar en el mundo, fuera de toda posibilidad de lo ya conocido, esta prisión era para él eso. Un auto descubrimiento de su ser. Un lugar donde apartarse. A sus cuarenta años, no deseaba más que estar tranquilo, dejar de luchar con todo, poco a poco iba formándose, sin mayores obstáculos, una apacible vida.

Divorciado de una mujer de su antiguo círculo de amigos, vivían una vida bastante holgada, si bien no feliz, y eso se observaba en lo gris de su vestir y lo apagado de su rostro, ese era el mismo rostro que tenía cuando hacía una llamada al el jefe de policía, le pedía por favor mandara al recluso apodado “El Monstruo Billy”.

Apenas lo llamó sintió la adrenalina correr por sus venas, sabía que este era el primer paso y una vez dado no podría volver, de ningún modo, atrás. Afortunadamente el jefe de policía no sospechó nada o por lo menos eso sintió él, entre otras cosas debido a que, El monstruo Billy, alguna vez estuvo en tratamiento para curar alguna fuerte infección que tuvo, así que lo esperaría a últimas horas de la tarde. La enfermera estaba a su lado, cuando hacía la llamada, y sentía la misma euforia que el doctor experimentaba.     

 En la tarde, a las dos en punto, por el pasillo se escuchó venir los pasos del interno, este pasillo estrecho y alumbrado por sólo tres lámparas, constituía la separación de ellos con los reclusos y su mundo, era posible ver quienes transitaban por él desde el pequeño puesto de enfermería. Después de haber recorrido el pasillo entró Billy, con una mirada demencial, vestido con una franelilla negra desgastada, la barba a medio creer. El doctor Evans lo hizo pasar, él se sentó en la camilla, ninguno de los dos hablaban, la enfermera entró y con un movimiento de la cabeza le insito a comenzar con el interrogatorio.

El doctor se armó de valor, preguntó con una gran sonrisa:
-¿Todo bien en el penal?- Billy se quedó callado, no dijo nada, por el contrario voltio la vista hacia otro lado. El doctor notó la falta de confianza de Billy, de manera que fue más sutil. Notó una herida en su brazo derecho.
-¿Cómo te hiciste eso? ¿Por qué no viniste acá?- El Monstruo Billy, no contestaba. El conversar no era una de sus predilecciones, se sentía cansado, no quería volver a empezar con esto, de manera que sólo espero a que terminara, luego se sentó para ver si querían algo más. La enfermera tampoco se atrevía a hablar, nunca le agrado este sujeto, veía su enorme estatura, lo demencial de su mirada y todo en ella sentía escalofrió, pocas veces la habían dejado pasar hasta la celdas de los reclusos, ningún buen recuerdo conservaba de esas incursiones.

El Monstruo Billy, era lo que se podía llamar un ser sin pensamientos útiles, venido de uno de los ambientes más pobres; creció siendo un apartado social, quizás por la mala fama de su padre, un alcohólico que maltrataba a su esposa. Cuando hubo cumplido la mayoría de edad el monstruo Billy, apodo que ganaría después, se lo pasaba en tabernas y bares. Una noche, en una discusión, estranguló a dos de los adversarios, desde entonces éste había sido su hogar, aquí se volvió más y más huraño hasta que se convirtió en el más callado de todos los habitantes de este basurero.

Al instante que la enfermera le habló al doctor de la posibilidad de tomar a alguien para usarlo como señuelo, él no dudo ni un momento en emplear del que menos sospecharían, el callado Billy. Pero el hacerlo hablar era otra cosa, tendrían que tener paciencia con el tipo; nunca pudieron hablar de nada, ahora sería muy difícil hacerlo y sobre algo que todos los presos estaban dispuestos a callar. Este comportamiento era algunas veces desquiciante, se decían cosas en las calles de las cuales ellos ni siquiera estaban enterados, para el director también esto era sumamente molesto, quién tenía algunos informantes dentro de los reclusos, pero aún estos callaban algunas cosas para evitar ser asesinados dentro del recinto. 

Billy, comenzó a inquietarse y a lanzar palabrotas, estaba intranquilo y lo único que quería  era que lo dejaran en paz. Al doctor no se le ocurría nada para poder congeniar con él, le hizo bajar los pantalones para una revisión y allí vio un tatuaje en forma de una llamarada de fuego, en su muslo izquierdo logotipo de una banda de rock, que, dichosamente, él concia muy bien, muy dentro de sí gritó – ¡Eureka! - en tanto realizaba su labor, le hizo preguntas acerca del tatuaje, el se levantó e imitando el toque de una guitarra eléctrica, comenzó a cantar una canción conocida de dicho grupo.

Pero luego se calló y quedo en un estado aletargado. Hasta allí llegó el magnífico plan de los galenos. La enfermera perdió las esperanzas de que pudieran sacarle algún comentario que sirviera de algo, se fue hasta su escritorio una vez terminada la revisión. El doctor llegó hasta ella mucho después, quería consolarla.

El tiempo no era un factor que le sobraba, la penitenciaria estaba abierta a una próxima víctima, sólo tenía que encajar en el perfil de los asesinos: un buen cuerpo y una linda cara y “Voula”, el doctor pensaba y pensaba. ¿Quién podría prestarse a sus planes? No había dentro del local una persona. Tendría que ser totalmente antagónica a todos. Se levantó y se fue a su escritorio, tarareando la canción, pero al llegar a la última frase, se detuvo y notó que Billy había agregado otra oración, trató de indagar porque, mas luego dijo en voz baja, -no era esto lo que decía esta canción- pero que significaba, acaso tendría que ver las muertes. Luego soltó una risa, seguro estaba volviéndose loco por lo de la investigación.

Mejor despejaría su mente, no era parte de su trabajo, así que tenía que relajarse si no quería volverse totalmente loco.







6 comentarios:

  1. Gracias, ya se esta poniendo interesante.

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    1. Gracias a ti por leernos, si, ya estan doce capitulos esta semana que empieza capitulo final!!!! saludos...

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  2. Hay alguna manera o método para descargar sus novelas y mantenerlas en mi dispositivo, sea por wattpad o PDF?

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    1. Hola Marco, la verdad muchos me han pedido esa opción, yo la entiendo porque es más fácil leerlas en el autobús, en el baño donde sea, pero para mi es divertido saber de la gente que lee mis novelas, y saber que están allí, por eso no las he puesto en pdf, uff.. espero me entiendas, que nos sigas comenta o comparte con un amigo...pero pensare tu propuesta nuevamente hasta encontrar un solución porque muchos me lo han pedido..gracias por estar ahí..saludos

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  3. buena introducción me gusta bastante

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    1. Espero nos sigas leyendo y que bueno disfrutes la novela, que prosiguen cosas sorpresivas... gracias...

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